lunes, 25 de diciembre de 2017

Cartas de Mário Cesariny a Frida y Laurens Vancrevel

Um rio à beira do rio es un apasionante libro de cartas de Mário Cesariny a sus amigos holandeses Frida y Laurens Vancrevel, que abarca las fechas 1969-2005. La edición, excelente, aparece en la colección Documenta de la Fundação Cupertino de Miranda y acaba con un texto de Laurens Vancrevel, figura central del internacionalismo surrealista en las últimas cinco décadas, quien también aporta unos comentarios a las cartas.
El año de arranque es precisamente el de la tan cacareada “autodisolución” del grupo surrealista parisino. Ni que decir tiene que uno de los puntos que unen de entrada a Vancrevel y Cesariny es el de la continuidad evidente de la aventura surrealista, y si el primero va a conectar al segundo con diferentes focos del surrealismo (Édouard Jaguer y Phases, John Lyle y su TransformaCtion, Arnost Budik y Gradiva, Franklin y Penelope Rosemont), a su vez Cesariny quiere desde el primer momento poner en contacto a Vancrevel con Sergio Lima. Del poema de este, Amore, dice que es una “obra extraordinaria”, y aún en 1976 lo calificará como “algo espectacularmente bello, atravesado de amor, surrealista”. Tampoco sorprende que desde estos primeros contactos le llame la atención sobre la obra fulgurante de António Maria Lisboa.
Incorporan las cartas algún material que Cesariny les adjuntaba, como las cartas de 1965 y 1969 en que él por un lado y Cruzeiro Seixas y Ernesto Sampaio por otro corregían a Jean-Louis Bédouin sus errores con respecto al surrealismo en Portugal, o las dirigidas a Franklin Rosemont en 1970 y 1971.
Pero volviendo al año inaugural de 1969, es importante señalar que ya Cesariny les anuncia el proyecto de esa obra capital que es Textos de afirmação e de combate do movimento surrealista mundial, en alguna medida su respuesta contundente a la pretensión liquidacionista, contra la que reacciona de raíz, incluso visitando a Vincent Bounoure en París al año siguiente. 1970 es precisamente cuando, a su vuelta de París, recibe por primera vez a Frida y Laurens en Lisboa. Los va a buscar a la estación de Santa Apolónia, y para que lo reconozcan lleva en las manos un ejemplar de Brumes Blondes. Los Vancrevel aprovechan su estancia para trabar relación con otros surrealistas portugueses.
M.C., collage sobre frase de Luis Buñuel
Cesariny les corresponde en 1972, visitando en Amsterdam los estudios y las moradas de Kristians Tonny, de Rik Lina, de Willem Van Leusden y de Her de Vries. En esta década y en la siguiente, intercambian muchas cartas sobre traducciones en que están trabajando o proyectos colectivos como el de la traducción lúdica por “cábala fonética” de un soneto de Góngora, que resultó muy mejorado en todas las lenguas a que pasó. En los 70 tiene lugar la gran exposición surrealista de Chicago, motivo de algunas cartas, como lo es también el apoyo a Breyten Breytenbach, encarcelado en Suráfrica. Quien primero me habló de Breytenbach fue Eugenio Granell en su casa madrileña, mostrándome un ejemplar de Sinking ship blues, que Ludwig Zeller había editado con una nota introductoria de Vancrevel. Es en 1976 cuando refiere Cesariny que ha conocido a Eugenio Granell, quien se convierte en uno de sus grandes amigos. Cesariny le confiesa a Vancrevel que el encuentro con Granell es el más importante de su vida, junto a los de Brauner, Jaguer y los propios Vancrevel. Varias veces alude también a Octavio Paz, a quien ha conocido personalmente y en quien aún cree ingenuamente, pese a que ya le está sirviendo en bandeja envenenada la fatídica pregunta “qué queda hoy del surrealismo”. (En 1989, o sea, trece años después –es propio de los tópicos idiotas tener la costra dura–, en una entrevista madrileña, otro poeta, César Antonio Molina, le preguntará exactamente lo mismo, concluyendo así Cesariny su larga respuesta: “El surrealismo sigue siendo el último enunciado verdadero de los problemas centrales de nuestro tiempo, si quieres vivir como un hombre y no como un cerdo harto y satisfecho. Como filosofía, como poética, como búsqueda de la dirección desconocida, la divinidad civil: Libertad, Igualdad, Fraternidad, dio paso a los mandamientos sagrados del surrealismo: Libertad, Amor, Conocimiento. Puede que esto sea poco o demasiado para las personas, pero si se abandona la Ilusión Surrealista lo mejor que te sale al paso es el Heidegger nazi y el Pound fascista y la abuelita Eliot...”).
1977 es un año importante por ser el de la ruptura definitiva con Cruzeiro Seixas. Pero es de lamentar que Cesariny se deje llevar de la ira, hasta afirmando que su viejo amigo como artista no es “nada” y exagerando declaraciones con respecto al surrealismo muy circunstanciadas (en realidad Cruzeiro Seixas ha defendido siempre el surrealismo, y muchas veces con palabras apasionadas y admirables).
Al año siguiente tuvo lugar la ruptura en el grupo de Chicago, y Cesariny, sin romper con los Rosemont, se inclina por los disidentes. No ve con agrado los excesos politizantes, y hasta aprovecha para acusar a Breton de “la tentativa (frustrada, en los años 30) de politización del movimiento”. A fines de los 80, ironizará sobre los “mandamientos marxistas-leninistas-freudianos-surrealistas” de Franklin Rosemont. La ruptura él la ve como positiva en un país tan grande como los Estados Unidos, y se lo dice tanto a unos como a otros. No parece haber calado mucho en la cuestión, en cambio, cuando afirma que “la clave del problema Surrealismo-Usa es Philip Lamantia”.
Esta cuestión de los “infightings”, que sacudió hace un par de años a parte del movimiento surrealista, es tratada por Cesariny de un modo llamativamente contradictorio. En carta de 1971 a Franklin Rosemont, le “advierte” sobre la “excomunión” (bastante injusta) de John Lyle, y le dice que “difícilmente sigo esos juegos de masacre”: “acepto que se guste, o no, sea de quien sea, pero punto final, eso es todo”. Pero exactamente un año antes le escribía a los Vancrevel: “Creo que, sobre todo en Francia, las únicas hipótesis actuales de ver renovado el asalto surrealista sería con una crítica feroz, esto es, justa, a los surrealistas por los propios surrealistas. Es preciso que se maten unos a otros, no que se hagan el papel de amigos y buenos alumnos”.

Mário Cesariny, Los grandes viajes, 1990

Las cartas de Cesariny están escritas en un estilo personalísimo, inimitable, con frecuentes divagaciones y sin que falten –lo que me parece muy bien– las obsesiones, algo que puedo además yo afirmar porque las que conservo de él (serán una veintena) contienen muchos motivos comunes con las dirigidas a los Vancrevel –y por cierto que en una de ellas me habla del “alto poeta Laurens Vancrevel”. Donde no se le puede seguir es en su tenaz galofobia, ya que llega a abusivas generalizaciones sobre “los franceses” y a disquisiciones irrisorias sobre la lengua francesa. Ni el surrealismo “francés” escapa a ello, burlándose del volumen de los encuentros de Cerisy (1966), donde hubo intervenciones magníficas (Jean-Louis Bédouin, Gérard Legrand, una flamante Annie Le Brun, Alain Jouffroy, Jean Schuster, Philippe Audoin, Marguerite Bonnet, Jehan Mayoux, Michel Carrouges), y de La civilisation surréaliste (1976) y el Bulletin de Liaison Surréaliste. Vancrevel lo contradice con respecto a La civilisation surréaliste, pero Cesariny no aprecia la “seriedad” que le parece muy académica de Effenberger y Bounoure: quieren hacer del surrealismo, a su juicio, “una criatura lúcida y de buen comportamiento”. Ello, pese a reconocer que Bounoure es un espíritu “muy honesto”. En cambio, Cesariny ve con lucidez la evolución negativa de Gradiva (esa sí que de ribetes académicos) y retrospectivamente califica Le Surréalisme Révolutionnaire de “revista ridícula”. Esa lucidez es infalible cuando aborda el medio portugués, empezando por la denuncia que en carta del 69 hace del lamentable prólogo del católico Jorge de Sena a la traducción portuguesa de los manifiestos de Breton, y por la reacción virulenta a la visión manipuladora que el “tontísimo Tabucchi” ha dado del surrealismo en Portugal, por no hablar de la inquina perpetua al crítico de arte José- Augusto França, que había desvirtuado los orígenes del surrealismo en Portugal. Quien quiera conocer la palabra vibrante del gran Cesariny de los años 70 y 80 podrá acceder aquí a la reproducción fotográfica de una fantástica entrevista hecha en Lisboa en 1979 y que yo desconocía por completo.
Y ese año de 1979 es precisamente el primero de mi correspondencia con Cesariny. Dato curioso: en 1978 paso yo un atormentado fin de año en la Costa de Caparica, un espacio entonces desolado en invierno, con casas de madera sobre un arenal inmenso que bañaba un océano tempestuoso, y precisamente allí va él dos años después a alquilar su estudio pictórico.
Entre las muchas coincidencias entre las cartas de los años 80 que me envió Cesariny y las enviadas a los Vancrevel podría citar las continuas referencias al desastroso libro de su amigo Aranda El surrealismo español. En un primer momento, Cesariny le dice a Vancrevel que es una obra “muy considerable”, pero poco después la convierte en “absolutamente inútil” –exactamente lo que era; en las cartas mías, Cesariny parece obsesionado con la fatalidad de que Aranda le haya dedicado públicamente su libro. Ya en 1988, Cesariny le escribe a los Vancrevel: “Péret es para mí, hoy, tan imposible de leer como Éluard o Aragon. Exceptuados, es verdad, dos o tres poemas que se aguantan y van a quedar. Digamos incluso cinco. ¿Por qué será que ese desgraciado escribió todos los demás –siempre el mismo, y no centenas, millones?” Lo cito, porque a mí, en fecha algo posterior, me dijo que Péret era ya “ilegible”. Yo prefería la poesía de Péret (una de las causas capitales de mi amor del surrealismo) a la del propio Cesariny, y le contesté algo agriamente, recordando que Cesariny en su respuesta recogía velas, lo que no debía hacer a menudo.
En esta década de los 80, hay muchas cartas del libro donde se habla de sus publicaciones del Bureau y Noa-noa, en que hasta me hizo participar y que por cierto sería yo el encargado de recopilar, en el tomo 1 de Surrealismo: el oro del tiempo. Pero también en una carta de esta década, concretamente del año 1986, me surge mi primer “¡uff!” a Mário Cesariny, en este libro: es cuando le informa a los Vancrevel de que viajará a Londres con la comitiva del abyecto Mário Soares, al que llama “mi amigo”. Hay amigos que deshonran, y uno de esos es aquel orondo político hiperburgués que contribuyó decisivamente a la liquidación de lo que restaba del Portugal genuino; eran además abominables sus comitivas “culturales”, a las que se apuntaban todos los artistas y escritores, mostrando al desnudo su naturaleza parasitaria –hubo incluso un estudio que demostró cómo la presidencia de la república portuguesa, con el despilfarrador Soares, gastaba más que la propia monarquía española, lo que bastó para hacerme pensar en qué tiene entonces de preferible una república como sistema de dominio estatal (creo que incluso la monarquía ofrece como ventaja que no da la tabarra con más elecciones denigrantes).
Pero esto es lo de menos en un conjunto relleno de apuntes jugosos, por donde pasa mucho del surrealismo de los últimos tiempos. Al final, Vancrevel evoca su profunda amistad con Cesariny y enriquece con una serie de notas la lectura de muchas de las cartas. Son reproducidas también todas las dedicatorias que les hizo Cesariny.
Este es pues un libro cargado de emoción, donde, gracias a sus dos entrañados amigos holandeses, el gran Mário Cesariny revive para quienes tuvimos el privilegio de tratarlo y para quienes se han acercado a la obra de uno de los verdaderos maestros del surrealismo.

Mário Cesariny, El surrealismo, 1959