miércoles, 28 de septiembre de 2016

Los jeroglíficos espectrales de Will Alexander

Como ya anunciamos, se ha publicado (y presentado en Coimbra, dentro de los eventos de la exposición internacional de collages surrealistas) el importante libro de Will Alexander Spectral hyerogliphics. Es un nuevo as de la colección editorial Rêve à Deux, iniciativa de Richard Waara.
La actividad de Will Alexander en estos últimos años es tremenda, y desde la última reseña que de él hicimos han aparecido, en 2015 y 2016, dos poemarios más (The audiographic as data, con Carlos Lara, en Oyster Moon Press, y Based on the Bush of ghosts, reviviendo el bello libro del nigeriano Amos Tutuola Mi vida en la maleza de los fantasmas, publicado en 1954 y con este título traducido al español), la “novella” Alien weaving, Secrets prior to sun y el volumen teatral At night on the sun.
Respondiendo a un hábito muy surrealista, las ilustraciones abundan, en este caso numerosos dibujos a tinta china de Rik Lina y tres cubomanías de Richard Waara, cada una cubomanizando el rostro de los tres componentes de esta “troika” poética, a saber Antonin Artaud, Roger Gilbert-Lecomte y Aimé Césaire. Esta elección extraordinaria hace, a partir de ahora, tener que contar con estos muy extensos poemas hímnicos de Will Alexander cada vez que haya que tratar seriamente de cualquiera de estas figuras.
Richard Waara, Antonin Artaud
Hace el prólogo Laurens Vancrevel, quien sitúa a los tres poetas y define el objetivode Will Alexander: revelar “la intensa determinación de tres espíritus libres por alcanzar una manera de vida plenamente poética” y demostrar “la actualidad de sus visiones revolucionarias”.
El gran antecedente de estos tres poemas es The brimstone boat, dedicado a Philip Lamantia y ya comentado aquí. De nuevo, Will Alexander se dirige a sus poetas en tono conversacional (pero en un lenguaje a la vez suntuoso), y, sin perder nunca aliento, va explorando sus mundos, que conoce como se conoce lo que se ama.
El poema a Antonin Artaud (“El único cuerpo verdadero”) nos resarce de tanta pedantería crítica como le ha tocado sufrir a don Antonino (de hecho, Artaud es un ejemplo de surrealista secuestrado por la crítica universitaria más fatua, farragosa y pretenciosa, desde al menos los años 70 y pese a los esfuerzos de Paule Thévenin). “Yo sé que tú me escuchas”, dice Will Alexander de aquel cuya voz era “una sombra en llamas” y de quien reconoce con acierto –algo completamente ignorado por el referido discurso crítico– que intentar analizarlo “es como intentar analizar el poder de los terremotos o de los volcanes”. Este poema hubiera entusiasmado a un Mário Cesariny, y nada mejor puedo decir de él.
Rik Lina, ilustración para Spectral hieroglyphics
El contraste con Césaire lo señala el propio Will Alexander: el desinterés de Artaud por lo social y lo político, aunque su revuelta, a mi entender, era mucho más radical, y a la vista están las ocupaciones ínfimas a que Césaire se dedicaba en su actividad de diputado-alcalde, o su creencia en un “nuevo humanismo”, por no hablar de sus años colaborando con el estalinismo, por todas las razones prácticas que se quiera. No puede discutirse en cambio su poesía ni su posición tan lúcida como férrea contra la civilización blanca desde su fundación griega. (Sobre su poesía sí que no creo en el juicio del profesor emérito A. James Arnold, cuando, en palabras que funcionan como epígrafe del poema, afirma que está más próxima a la de Artaud que a la de Breton.) En una nota al poema, Will Alexander dice que ha leído a Aimé Césaire como quien experimenta la técnica de la decalcomanía, y el resultado de su “conversación” con él debe situarse, por lo que se refiere a los escritos esenciales que tan alto poeta ha generado, con las vibrantes páginas de Annie Le Brun.
Por último, Roger Gilbert-Lecomte, a quien lo llama “amigo mío”, es captado “en los límites del vértigo”. Más cercano a Artaud que a Césaire y ubicado en Le Grand Jeu, Gilbert-Lecomte era muy apreciado por Breton, quien lo calificó en 1948 “poeta del conocimiento y a la vez de un lirismo de alta tensión” para, ya en 1963, decir de su poesía que le había parecido siempre “de las más altamente situadas”, lamentando no haberlo conocido mejor, dadas “las muy vivas afinidades que entre nosotros yo advertí de entrada”. Es, con René Daumal, la figura capital de un grupo que el paso del tiempo ha acabado aproximando al surrealismo de modo indisoluble.
Este es un libro precioso de concepción y edición, con tres poemas soberbios, a la altura de tres poetas ineludibles.