miércoles, 17 de junio de 2015

Ráfagas peretianas, de 1921 a 1959

Benjamin Péret. La légende des minutes es un librito de cerca de 200 páginas compuesto de dedicatorias de Benjamin Péret, y con el plus de venir acompañadas estas de muchísimos dibujos de Jean-Claude Silbermann, llenos de una frescura e inventiva plenamente acorde con en este repertorio de pequeños cohetes en que se vuelca como en sus poemas o sus cuentos la fiesta permanente de la imaginación peretiana.
La selección sigue el orden cronológico de aparición de los libros del poeta y la hace Dominique Rabourdin, quien en el texto introductorio refiere cómo el título procede de la dedicatoria de Breton a Péret en los Manifiestos: “A Benjamin Péret, la leyenda de los minutos”. Precisamente se cierra el libro con una serie de dedicatorias de Breton a su amigo de “toda una vida”.
Hay dedicatorias estupendas –la mayoría–, y que hasta en ocasiones sirven como perfecta caracterización del feliz destinatario. Quien gana en cantidad y calidad es Toyen: “À Toyen aux yeux de mer où nagent des crevettes de chardons”; “À Toyen qui ne dort pas et vois ses rêves à travers les pierres”; “À Toyen l’amie incorruptible toujours parfaite”; À Toyen le cygne à tête de loup qui mange des hélices”; “À Toyen la chouette, baronne des carrières abandonnées” (Toyen era llamada por sus amigos surrealistas “la Baronesa”).
Con dos dedicatorias memorables aparecen Gérard Legrand (“À Gérard Legrand le fabricant de nids en nuages”; “À Gérard Legrand qui détient les secrets de l’antiquité”), Man Ray (“À Man Ray qui charme la lumière, la bat et la farde pour qu’elle devienne un animal ronronnant”; “À Man Ray l’œil qui révèle”), Adrien Dax (“À Adrien Dax, l’homme qui extrait les papillons des vents de sable”; “À Adrien Dax, l’inventeur de colibris”), Pieyre de Mandiargues (“À André Pieyre de Mandiargues la grande statue de sel brillant au soleil”; “À André Pieyre de Mandiargues le loup doré qui hante les châteaux déserts”) y Manou Pouderoux (“À Manou pours son sourire de bruit furtif dans un buisson pour son second sourire de lilas en fleurs pour tous ses sourires de soleils à travers les persiennes pour tous ses sourires qui m’entourent et m’habitent”; À Manou plus belle que le soleil dans les fôrets profondes, que dira-t-elle en sachant que je l’aime qu’elle me regarde nuit et jour”).
Otras que resalté en mi lecturas son las de Francis Gérard (“qui se pose sur l’autre versant de la colline”), Wolfgang Paalen (“qui tisse des toiles d’araignée d’une étoile à l’autre”), Eugenio Granell (“au boucanier son ami des îles”), Maurice Henry (“le lézard des icebergs bleus”), Mesens (“le phoque des glaces miroitantes comme des colibris”), Alice Rahon (“l’écume des vagues qui vient rafraîchir les ajoncs”), Jindrich Styrsky (“le grand chêne qui s’envole”), André Thirion (“le nénuphar des dents blanches”), Henri Espinoza (“le fantôme des automates”), Maurice Henry (“le réverbère sous-marin et vorace”), Joyce Mansour (“l’éblouissement de notre temps”), Gaston Puel (“l’héritier des hérésiarques”) y Robert Benayoun (“l’écran ondulant et frétillant qui simule une anguille”). Todas estas dedicatorias caracterizan poética y maravillosamente a sus destinatarios, pero la que se lleva el premio al humor es la que recibe uno de los grandes amigos de Péret en sus últimos años: Georges Goldfayn, “ami du peuple et soutien de sa mère, protecteur de sa concièrge et dresseur de son pingouin empaillé”.
¡Qué libro exquisito y qué gran idea reunir todos estos preciosos textos!
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En el año 2008, el número 22 del boletín peretiano Trois cerises et une sardine solicitaba de quienes tuvieran libros con dedicatorias de Péret el envío de estas para su reunión. Al punto envié fotocopia de la que Péret le hizo a Agustín Espinosa cuando su visita con Breton y Jacqueline a Tenerife en 1935. O no les llegó la carta, o acabaron por extraviarla o se la pasaron por los cataplines. Lo último es lo más extraño, ya que, por una parte, se trata de una gran dedicatoria, admitiendo el cotejo con cualquiera de las transcritas, y por otra ilumina a una figura sin la proyección de las más consagradas. Encima, hay espacio en blanco suficiente para haberla introducido sin problema alguno en la sección del libro en cuestión, que es Dormir dormir dans les pierres.
“A Agustín Espinosa, que se levanta como una montaña de espuma sobre una plaza pública”: no hay palabras que mejor condensen la figura del Espinosa que Péret conoció en mayo de 1935, cuando acababa de desafiar a la putrefacta sociedad canaria con la publicación de Crimen y seguía desafiándola con su apoyo total a la presencia de los surrealistas, a la exposición que tantas iras levantó y en seguida a la frustrada proyección pública de La edad de oro. Pero es que además Espinosa había sido, desde 1927, un provocador altanero de la estupidez y el miserabilismo reinantes en la sociedad de las Islas Canarias (reinantes desde su adscripción a la corona de los Reyes Católicos hasta el presente, que en estos aspectos nada se rezaga de los tiempos pasados).