miércoles, 24 de junio de 2015

Surrealismo, arte, ciencia

Excepcionalmente doy noticia en esta ocasión de un libro ya publicado hace algunos años: Surrealism, art and modern science (Universidad de Yale, 2008), a cuyo autor, Gavin Parkinson, ya conocía por su finísimo ensayo “La historia natural del surrealismo”, donde señalaba las limitaciones del enfoque a que sometió Walter Benjamin el surrealismo en su tan citado ensayo de 1929, corrigiendo principalmente el tópico de que el surrealismo es un movimiento ante todo “urbano”, para señalar la crucial importancia de la naturaleza como “un tropo significativo entre los lenguajes del surrealismo”. Ese trabajo de enorme interés fue publicado en el catálogo Surrealismos de la galería Guillermo de Osma, en 2003.
El nombre de Gavin Parkinson y la reciente minipolémica sobre surrealismo y ciencia me han llevado a hacerme con este libro excepcional, muy denso, muy documentado, muy brillante, acompañado de magníficas ilustraciones, y que además no aparece nombrado en Infosurr, lo que es señal de que puede haber pasado desapercibido para muchos (hay, en cambio, una escueta reseña de Mike Peters en el n. 1 de Phosphor).
Lleva esta obra el subtítulo “Relatividad, mecánica cuántica, epistemología”, y su objetivo es trazar la historia de las relaciones entre el surrealismo y la física moderna, fecundas en los años 30 y 40, hasta que los años de la Guerra Fría revelaran el verdadero rostro de la física nuclear y de sus antecedentes.
El primer capítulo se dedica a la física moderna y su filosofía, con especial atención a su recepción francesa. Ya entramos en materia más nuestra con el segundo: “Relatividad y epistemología. André Breton y Gaston Bachelard”. En los textos pioneros de Breton se detecta el uso del lenguaje electromagnético, y luego se estudia de modo óptimo su “Crisis del objeto”, muy basado en la ciencia de la época y en particular en el “superracionalismo” de Bachelard. Los objetos matemáticos fotografiados por Man Ray y que tanto atrajeron a los surrealistas (aquí mismo hemos reseñado el catálogo de la exposición que sobre ellos tuvo lugar hace un par de años), fueron también admirados por Bachelard, quien apreciaba en ellos su anticartesianismo. Esto permite a Gavin Parkinson –estudioso dotado de un conocimiento perfecto del arte surrealista de la época– aludir a los biomorfismos de Arp, a las figuras de Henry Moore, a las redes de Domínguez, a las búsquedas de Matta y Onslow-Ford, a las ideas duchampianas. Es, evidentemente, irrefutable que las ideas científicas de la época influyeron en el arte surrealista.
El capítulo 3 lleva por título “Epistemología y política. Gaston Bachelard y el surrealismo”. Parkinson cita mucho la entrevista que Domingo López Torres le hizo a André Breton en Tenerife, ya que debe ser el punto más alto que se registra en el fervor bretoniano por la ciencia, aunque a la vez sin ninguna ceguera, hasta el punto de advertir los riesgos de “formación de una nueva religión que sería, paradójicamente, la religión de la ciencia”. La física le parece entonces un campo pionero incluso más valioso que el psicoanálisis.
Gavin Parkinson estudia en detalle el impacto de las teorías bachelardianas en Breton, pero también en Éluard, Dalí, Crevel, Tzara, Mabille. Si Éluard era su poeta surrealista favorito (es poco imaginable que lo hubiera sido Péret), de quien estaba ideológicamente más cercano era de Mabille, con su síntesis arte/ciencia, su humanismo de raíces renacentistas y su optimismo beato (un día habrá que pasar a peine fino sus muchas declaraciones de exaltación de las máquinas y la tecnología), todo ello aún vigente en sus textos del año de su muerte, 1952, cuando en el surrealismo ya soplaban otros vientos. Hay sin duda una relación Bachelard-surrealismo en los años 30, pero que concluye en un lúcido alejamiento por parte de los surrealistas. Ese alejamiento es esencial, aunque parezca tomar como motivo la publicación del Lautréamont bachelardiano, un libro indigno del cisne de Montevideo, aunque no tanto como el de Marcelin Pleynet.
En las décadas de Cerisy (1966), hubo un “Bachelard y el surrealismo” desarrollado tontamente por Marie-Louise Gouhier, que ya concitó oportunas matizaciones sobre Bachelard de Michel Guiomar y Pierre Prigioni, pero para mí el punto de vista definitivo sobre Bachelard, por lo que respecta al terreno surrealista, lo expuso Bernard Caburet en La civilisation surréaliste (1976), dentro de una invectiva, precisamente, contra el mundo de las máquinas y la “mecasodomización” del hombre contemporáneo (aún embrionaria si atendemos al actual tecnofascismo). Tras señalar que la Razón se ha convertido en “la prostituta del poder y del complejo científico-técnico”, pone a Bachelard como ejemplo de una “doble vida” que favorece “la duplicidad y la mistificación”: “Bachelard supo muy bien entregarse alternativamente al día de la razón que reina en la ciencia contemporánea y a la noche de la imaginación que inspira la poesía, ofreciéndose muy naturalmente como el refugio ideal de la buena conciencia, como la coartada de un dualismo plenario, como el triunfo ejemplar y viviente de una doble conciencia feliz. Su desdoblamiento tan bien logrado y equilibrado, su doble vida no son felices más que para él y para quienes se complacen en identificarse con él. Hay ahí sin embargo un drama apacible, un conflicto latente en apariencia bien resuelto por Bachelard, enmascarando un problema que bajo el imperio de la razón fue siempre reprimido, no fue nunca planteado. La razón no es lo que se dice, no es aquello de que hace Bachelard la apología. Objetiva e históricamente, el superracionalismo bachelardiano funciona y funcionará como una garantía humanista, siempre solicitada para justificar la hegemonía técnico-racionalista de nuestra época. Pues si Bachelard nos hace comprender los medios renovados de la razón, no nos invita a interrogarnos sobre las finalidades reales de la actividad racional en los sabios. (...) La utopía bachelardiana es una utopía escolar, la de una escolaridad que se prolonga hasta extenderse sobre toda la existencia, o una utopía científica, la de la república de los sabios realizando «la unión de los trabajadores de la prueba», imponiendo una moral salida de la deontología del trabajo científico. ¡La sociedad futura será escuela o laboratorio! Si para la edificación de los jóvenes espíritus se gusta repetir que Bachelard llamaba a su mesa de trabajo su mesa de existencia, yo por mi parte encuentro inquietante esa virtud que nos promete como utopía la transformación de la mesa de la existencia en una inmensa mesa de trabajo”. Caburet cita entonces la reseña que Michel Serres ha hecho del tomo de las citadas jornadas de Cerisy, donde este dice con contundencia, al referirse a la intervención de Marie-Louise Gouhier: “Lo que Bachelard quiere edificar es un lugar científico donde la característica central será el control de todos por todos” –música que a mí me recuerda algo... Como Gavin Parkinson se limita a la era Breton, no hay referencia en su libro a este tan significativo texto de Bernard Caburet, que me ha parecido oportuno traer aquí a colación.
Este capítulo tercero estudia dos obras tan raras como valiosas: Le temps et le rêve, de John W. Dunne, y Imagination et réalisation, de Armand Petitjean, publicadas respectivamente en 1927 y 1936. La primera, traducida parcialmente por Queneau en 1932, la aproxima Gavin Parkinson a El amor loco, pero se trata de un libro con efecto de larga distancia, ya que Breton volvería a él en los años 50.
El capítulo cuarto lleva por título “Astrofísica y misticismo. Georges Bataille y Arthur Eddington”. Aquí y en el capítulo sexto, Parkinson se ocupa de las superficies litocrónicas, del influjo de Eddington en Sábato y Domínguez. Hay una referencia también, a Robert Benayoun, doble: por su descubrimiento de Charles H. Fort y ese asombroso libro que es Le livre des damnés, y por su pieza “La science met bas”. Le livre des damnés fue editado por Losfeld en 1955, con traducción y prólogo de Robert Benayoun, quien la presenta como un “catálogo vivo y poético de los prodigios inexplicables” (de ese personaje genial que era Fort es esta cita: “Me he cerrado a la sabiduría de los siglos, y este aislamiento me ha llevado a las hospitalidades bizarras: cierro la puerta de entrada a Cristo y a Einstein, y por la de servicio le tiendo la mano a las pequeñas ranas y a las hierbas locas”, que yo uno a esta de Albert Camus: “Cambiaría diez conversaciones con Einstein por una primera cita con una bella corista”, y esta de René-Guy Cadou: “La intuición poética sabe, sobre este mundo, algo diferente que Einstein”). En cuanto a la hilarante pieza “La science met bas” (que cierra el título homónimo, publicado en 1959, su personaje principal, el profesor Gottlieb, es caracterizado como “una mezcla poco probable de Einstein, de Gurdjieff y de Groucho Marx”; las réplicas de los sabios de esta farsa en que la ciencia es vista como una farsa son “intercambiables”, ya que “en era científica, no tiene el profano por qué considerar al hombre de ciencia con más respeto que el que le concede a los campeones de bicicleta, a las vedetes del music-hall o a las bailarinas de strip-tease”.
Mientras tanto, Bataille seguía con su Critique (donde le abriría las puertas a los Foucault, Derrida, Barthes, Blanchot) y su amistad con el físico George Ambrosino, empleado de De Gaulle en el Comisariado de la Energía Atómica a la vez que colaborador suyo desde Acéphale a Critique. En este aspecto, transitamos ya con el capítulo quinto a materia menos enrarecida, ya que trata de la inspiración de la mecánica cuántica en los cuadros de Matta, Paalen y Max Ernst. El sexto se titula “La relatividad y la cuarta dimensión”, y es ahora la vez de Dalí, con su “espectacular mezcla de Relatividad y psicoanálisis”, que Gavin Parkinson estudia en su asociación a la paranoia. Pero también es el turno de Caillois y su cargante “rigor científico”, otro de los no pocos equívocos que jalonan la trayectoria del surrealismo (no pocos, pero tampoco muchos, si se piensa en lo larga y accidentada que ha sido esa trayectoria). Un equívoco que, como advierte muy bien Gavin Parkinson, se arrastró desde su primera intervención en el surrealismo, o sea desde su artículo en el n. 5 de La Révolution Surréaliste.
Y así llegamos al verdadero meollo de la cuestión, aquí situado en la “coda” del libro: “Física nuclear y Guerra Fría. Surrealismo y Salvador Dalí”. La oposición sería entre el “escepticismo” del surrealismo y el “misticismo” de Dalí, pero ya las derivas dalinianas no carecen de sentido alguno para el surrealismo, y el capítulo solo interesa por lo que respecta al rechazo terminante que los surrealistas hacen de la física nuclear en los años de la llamada Guerra Fría, no dejando de ser un dato capital que París había sido un lugar decisivo en la física nuclear de los años 30 y que Francia no se adelantó en crear la primera bomba atómica tan solo a causa de la invasión nazi. En 1945, es muy curioso saber, gracias a Parkinson, que, cuando Breton visita las reservas de los hopis y los zunis, acababa de tener lugar muy cerca de aquel territorio la primera explosión nuclear, dato que Breton desconocía.
Los surrealistas, en un primer momento, no condenan la barbarie nuclear, según Gavin Parkinson, por dos causas: su utopismo (que los ha llevado en no pocas ocasiones a evitables credulidades) y el temor a ser confundidos con las fuerzas religiosas que esgrimían esa condena. Así, en el catálogo de la exposición de 1947, hay una serie de textos sobre la ciencia, pero ninguno va en esa dirección: “ni un solo texto aprovecha la oportunidad para condenar la bomba, el poder de los físicos modernos, la irresponsabilidad de la física, la industrialización y militarización de la Gran Ciencia”. ¿Pero no se debería ver lo que había de repudio de todo ello en el giro que esta exposición daba hacia las ciencias tradicionales? Sea como sea, el año clave va a ser el siguiente, cuando André Breton publica La lámpara en el reloj, manifiesto cuya publicación llevó en portada un fotomontaje de Toyen (una lámpara de petróleo incandescente brillando en el interior del reloj de Praga) y que Gavin Parkinson estudia como un ensayo “transicional” en la interpretación surrealista de la física moderna, como el principio del fin en la historia de estos amoríos del surrealismo. Se había fundado entonces el Movimiento para la Paz, apoyado por Picasso y su paloma, Éluard, Aragon... pese a que el Partido Comunista Francés le había dado la bienvenida a la bomba de Hiroshima en L’Humanité y a que la prensa comunista francesa saludaría con entusiasmo la primera explosión nuclear soviética, que tiene lugar en 1949. Gavin Parkinson cita estas palabras de Breton: “Por más que nos interrogamos sobre lo que puede incubarse bajo los rizos del profesor Einstein o proliferar tras el duro cepillo del extraño camarada Stalin, no: no era en realidad de tan suprema escena de cacería de lo que se trataba”. Pero este admirable texto, que acababa con la celebración de Malcolm de Chazal, merecería citarse en su integridad.
Ya en los años 50, con la expansión de la política nuclear francesa (y hoy Francia se ha convertido en un polvorín de centrales nucleares que hace aconsejable evitar su visita cuidadosamente), menudean las reacciones surrealistas a todo ello, en Médium como en los textos de Breton. Capital al respecto es la entrevista sobre arte y ciencia que Breton da a la revista Arts en 1952 y que cierra el volumen de entrevistas de Parinaud, por no hablar del tract del grupo “Desenmascarad a los físicos, vaciad los laboratorios”, publicado en 1958. Ambos textos señalan el carácter destructivo de la ciencia y la tecnología, y no hay nada que a mí en particular me haya hecho cambiar un ápice la visión que en ellos se expresa, dejando de lado que aún estoy esperando se me muestre que la ciencia occidental, incluida su tan relativa (a pesar de sus pretensiones absolutas) “teoría de la relatividad”, haya respondido jamás a ninguna cuestión esencial.
Y ello me hace pensar en un gran ausente del libro de Gavin Parkinson, lo que era inevitable: Antonin Artaud, cuyo nombre nunca aparece nombrado en el largo ensayo y solo una vez, y sin significación alguna, en sus casi mil notas. Antonin Artaud, cuya grandeza de espíritu lo llevó a no participar en Un cadavre ni a definirse jamás como un “enemigo” del surrealismo, como sí hizo Georges Bataille (enemigo, para colmo, “del interior”). Y es que Artaud lo que pretendía era acabar con el tinglado occidental, no contentándose, como algunos surrealistas, con la sustitución del sistema capitalista por otro socialista, en el peor de los casos ni siquiera contemplando la liquidación del Estado. Así, la cuestión de la física moderna no podía ni planteársele, ya que su rechazo de la ciencia occidental era radical. En el surrealismo, en cambio, resurge de vez en cuando el remozamiento de la ciencia, que más allá de ser un motivo de curiosidad resulta que ya sería otra, como, pasándonos a la política, se intenta dar nuevos créditos a consignas tan obsoletas como la de “¡Todo el poder a los soviets!”
Pero nos alejamos ya, con estas digresiones, del objetivo trazado por el libro de Gavin Parkinson, una obra extraordinaria, que ilumina plenamente la cuestión tratada y que está llena de aportaciones valiosísimas para comprender mejor una gran parte del arte surrealista de los años 30 y 40.

IchiroFukuzawa, La ciencia ciega la belleza, 1930

miércoles, 17 de junio de 2015

Bretaña surrealista

Estamos ante una publicación importante, cuyo título segundo, Le domaine des enchanteurs, es tomado de la exposición neoyorquina de 1960: “Surrealist Intrusion in the Enchanter’s Domain”, dirigida por Breton y Duchamp y organizada por José Pierre y Édouard Jaguer.  Título que le viene al libro como guante perfecto a mano mágica.
Les surréalistes et la Bretagne, de Bruno Geneste y Paul Sanda, es una de esas obras que estaban por hacer, y que idealmente hubiera pedido una edición de lujo; ello llegará algún día quizás, pero por ahora la función queda cumplida.
Paul Sanda dedica el libro a Sarane Alexandrian (“que fue para mí el ejemplo mismo del surrealismo vivo”) y a Alain-Pierre Pillet (que le descubrió la pintura de Tanguy). El prólogo se señala que debió haberlo escrito Jean Markale –a quien, por supuesto, se dedica un texto–, impidiéndolo su muerte en 2008; nadie, en efecto, más apropiado, pero esto señala de paso el temple del libro que comentamos, tan alejado de la engorrosa pedantería universitaria como lo estaban las fantásticas obras del gran Markale.
El prefacio es de Marc Petit, y titulado “Retorno a Brocelandia” pone en especial destaque tanto el papel revulsivo de los trabajos celtas de Lancelot Lengyel como el de la publicación de Arcane 17.
Se inicia en seguida una sucesión de pequeños capítulos la mayoría de los cuales enfocará figuras del surrealismo o de un modo u otro conectadas a él. El surrealismo es visto como “un modo de vida dotado de una alta exigencia de análisis, de reflexión y de revuelta”, y la “dinámica surrealista” puede “clarificarse” por el “signo ascendente”. Esto nos sitúa en un terreno genuino, sin duda, que permite abordar esa dimensión tan incomprendida del surrealismo: su “hermetismo de alto vuelo”. A André Breton se dedican varios capítulos alternados, incluidos los que tratan del decisivo encuentro con Markale en 1949 y del descubrimiento de la pintura de Filiger.
Entre las figuras abordadas las hay antiguas, en particular Saint-Pol-Roux y Tristan Corbière, y de la trayectoria surrealista, de Jacques Vaché a Jean-Claude Charbonel. A cada uno de los dos Yves, Elléouët y Tanguy, se le dedican dos capítulos. Sobre Elléouët se dice una vez más que frecuentó poco el grupo, pero lo cierto es que participó en sus revistas (Le Surréalisme, même, Bief, La Brèche, L’Archibras), en sus exposiciones (en la de “Éros” siendo además uno de los que intervinieron en el “Léxico sucinto del erotismo”), en sus tracts (de 1956 a 1967), en sus juegos (como en el de la palabra “mamou”, n. 3 de La Brèche), en sus encuestas (como la del cuadro de Cornelius von Max, n. 3 de Le Surréalisme, même) y en las célebres “noches del Ranelagh”, por lo que no se entiende esta insistencia en presentarlo como una figura solitaria, o poco motivada en el grupo. De Tanguy se recuerdan sus vacaciones de 1929 con Breton y otros en la Île de Sein (lugar que sería clave en Toyen) y las de 1938 en Trévignon con Roberto Matta y Onslow-Ford.
Otros nombres tratados, siempre con finura, son Jacques Baron, Benjamin Péret, Annie Le Brun, Jean-Pierre Guillon (“comedor de sueño”), Alice Rahon, Charles Estienne, Hervé Delabarre, Camille Bryen. Dato que no conocía es que Hervé Delabarre, Annie Le Brun y Jean-Pierre Guillon, antes de incorporarse al grupo parisino, aún estudiantes en Rennes, fundaron una revista llamada, burlescamente, Le Bigaro Littéraire, “a la cual el trío dio una neta coloración surrealista y libertaria”. En sentido contrario, con respecto a Jacques Baron se recurre a una nota biográfica de la fiable según y cuando Wikipedia, donde se dice insidiosa y tontamente que “su pertenencia al movimiento surrealista es superada por una inspiración muy baudeleriana y la búsqueda de un mito personal, sin que esa inspiración pretenda provocar ni «hacerse espectacular»”.
Lucien Coutaud, de quien es la portada, chocó con los surrealistas a causa de la exclusión de Brauner, no manteniendo de ellos sino “un recuerdo amargo”. Su figura está pues un poco cogida por los pelos, pero no tanto como las de Max Jacob, Angèle Vannier, Jack Kerouak y Léo Ferré. Sobre Ferré, nada hay en realidad que añadir a “Finie la chanson” (Le Surréalisme, même, n. 2). Kérouak, de ancestros bretones, aparece, por supuesto, solo por On the road, ya que su final produce bascas –y llamarlo el “Breton de América” es absolutamente inadmisible. De Max Jacob –rechazado por su conversión católica y su amistad con Cocteau– se dice que Breton rectificó su juicio sobre él en la Antología del humor negro, pero es un hecho que ahí no está incluido, ni recuerdo yo que se aluda a él especialmente. Sí es cierto que obras suyas, empezando por El cubilete de dados, están en la órbita surrealista, y que recientemente Lou Dubois pudo dedicarle un fantástico conjunto de collages acompañando una selección de sus textos (Le Max Jacob, en la colección “Il suffit de passer le pont”).

Lou Dubois, detalle de collage, en Le Max Jacob

Yahne Le Toumelin,
Última mañana en Kaer Sidhi,
1957
En cambio (sin ánimo alguno por mi parte de enmendar la plana), podían haber merecido la atención de algún capítulo Yahne Le Toumelin, a cuyos paisajes “habitados” y “desiertos” dedicó Breton un gran texto de Le surréalisme et la peinture, Pierre Roy, con sus representaciones del puerto de Nantes, y sobre todo Yves Laloy (el tercer Yves), nacido en Rennes y de quien eligió Breton una de sus pinturas para ilustrar la portada de la citada obra.
Espléndido es el posfacio de Jehan Van Langhenvoven, del que extraigo esta cita: “Leed/No leed fue una de las primeras órdenes de los surrealistas... ellos que en realidad no habían nunca, o muy poco, leído lo que ante todo convenía poner en las mazmorras. Ídem en materia de mitología greco-latina, patrimonio secular de la burguesía, en su conjunto o casi (papá Freud había allí ampliamente bebido) repudiado de entrada en beneficio de África, de Oceanía y, tierra parejamente ignorada, de la lejana y muy secreta Bretaña”.
El único punto oscuro de este tan sugestivo libro es la distinción que en la nota preliminar se hace entre “surrealistas históricos” y “surrealismo eterno”. No me parece ni bien ni mal que haya quien, apasionado por el surrealismo, se desinterese por los últimos avatares del surrealismo; si su apuesta es sincera y enriquecedora, como ocurre con Paul Sanda y sus amigos, no dejaré, a buen seguro, de interesarme por ella. En cambio, encuentro entristecedor, en esos casos concretos, la adscripción al gran bulo schusteriano del “surrealismo histórico” sucedido por el “surrealismo eterno”, tomadura de pelo de la que solo quedan algunos reductos flácidos y caducos en París y cercanías.

*

Lo mejor que se puede decir de Les surréalistes et la Bretagne es que Jean Markale se hubiera encantado con este libro tanto como lo he hecho yo. Su lectura me ha hecho repasar la bella Guide de la Bretagne mystérieuse que Markale publicó en 1989 (de Europa, lo único que a mí me ha atraído siempre de modo especial es el Portugal telúrico, la Irlanda insular y la tierra bretona, todas bien hermanadas, hasta el punto de que muchas de las tradiciones y costumbres tratadas por Markale en su guía se asemejan inequívocamente a otras tantas que yo conozco de Portugal). En enumeración apelotonada, anoto aquí, aparte Brocelandia, lugares imantados como la isla de Gavrinis, La Bouëxière, el monte de Huelgoat (con la gruta de Arturo), las torres de Elven, la villa de Tolente, las Montañas Negras de la región de Laz (con la banda de Marion du Faouët), el pantano de Saint-Coulman, el Valle sin Retorno, las landas de Lanvaux (y su “hierba de oro”), Rothéneuf con las delirantes construcciones del abad Fouré; personajes como el druida Eón de la Estrella o la astróloga Tiphaine Raguenel; historias y leyendas como las de Sulim o la isla de Arz, o la del pulpo de Lufang, o la de los korrigans de las landas de Plaudren, o la de los trece granos de trigo negro, o la de los “pueblos cerrados” de Gourin, o la del castillo de Bréca, o la de la Orden del Armiño, o la del menir de Champ-Dolent... En fin, todo un mundo de prodigios, una cantera inagotable de maravillas que es la antítesis perfecta del prosaísmo apestoso en que ha desembocado Occidente.
Les surréalistes et la Bretagne incluye capítulos dedicados a algunos de esos lugares de magia, como la isla de Ouessant o Quimpercé. En cuanto a la Guide de la Bretagne mystérieuse, Markale no deja de apuntar en ocasiones al surrealismo: a Le rivage des Syrtes, de Julien Gracq, en el artículo de Locoal-Mendon, al pasaje Pommeraye como punto culminante del surrealismo de Nantes, lo que convoca los nombres de Breton y Mandiargues, y a la pintura de Yves Tanguy cuando se habla de las piedras sagradas de Locronan, donde él residió de 1912 a 1925 y que a juicio de Markale deben estar en la génesis de sus figuras, sin las cuales el surrealismo no sería lo que es, como tampoco sin esta Bretaña poética tan bien evocada por Bruno Geneste y Paul Sanda.

Jean-Claude Charbonel, Los guardianes de las runas, 1993

Ráfagas peretianas, de 1921 a 1959

Benjamin Péret. La légende des minutes es un librito de cerca de 200 páginas compuesto de dedicatorias de Benjamin Péret, y con el plus de venir acompañadas estas de muchísimos dibujos de Jean-Claude Silbermann, llenos de una frescura e inventiva plenamente acorde con en este repertorio de pequeños cohetes en que se vuelca como en sus poemas o sus cuentos la fiesta permanente de la imaginación peretiana.
La selección sigue el orden cronológico de aparición de los libros del poeta y la hace Dominique Rabourdin, quien en el texto introductorio refiere cómo el título procede de la dedicatoria de Breton a Péret en los Manifiestos: “A Benjamin Péret, la leyenda de los minutos”. Precisamente se cierra el libro con una serie de dedicatorias de Breton a su amigo de “toda una vida”.
Hay dedicatorias estupendas –la mayoría–, y que hasta en ocasiones sirven como perfecta caracterización del feliz destinatario. Quien gana en cantidad y calidad es Toyen: “À Toyen aux yeux de mer où nagent des crevettes de chardons”; “À Toyen qui ne dort pas et vois ses rêves à travers les pierres”; “À Toyen l’amie incorruptible toujours parfaite”; À Toyen le cygne à tête de loup qui mange des hélices”; “À Toyen la chouette, baronne des carrières abandonnées” (Toyen era llamada por sus amigos surrealistas “la Baronesa”).
Con dos dedicatorias memorables aparecen Gérard Legrand (“À Gérard Legrand le fabricant de nids en nuages”; “À Gérard Legrand qui détient les secrets de l’antiquité”), Man Ray (“À Man Ray qui charme la lumière, la bat et la farde pour qu’elle devienne un animal ronronnant”; “À Man Ray l’œil qui révèle”), Adrien Dax (“À Adrien Dax, l’homme qui extrait les papillons des vents de sable”; “À Adrien Dax, l’inventeur de colibris”), Pieyre de Mandiargues (“À André Pieyre de Mandiargues la grande statue de sel brillant au soleil”; “À André Pieyre de Mandiargues le loup doré qui hante les châteaux déserts”) y Manou Pouderoux (“À Manou pours son sourire de bruit furtif dans un buisson pour son second sourire de lilas en fleurs pour tous ses sourires de soleils à travers les persiennes pour tous ses sourires qui m’entourent et m’habitent”; À Manou plus belle que le soleil dans les fôrets profondes, que dira-t-elle en sachant que je l’aime qu’elle me regarde nuit et jour”).
Otras que resalté en mi lecturas son las de Francis Gérard (“qui se pose sur l’autre versant de la colline”), Wolfgang Paalen (“qui tisse des toiles d’araignée d’une étoile à l’autre”), Eugenio Granell (“au boucanier son ami des îles”), Maurice Henry (“le lézard des icebergs bleus”), Mesens (“le phoque des glaces miroitantes comme des colibris”), Alice Rahon (“l’écume des vagues qui vient rafraîchir les ajoncs”), Jindrich Styrsky (“le grand chêne qui s’envole”), André Thirion (“le nénuphar des dents blanches”), Henri Espinoza (“le fantôme des automates”), Maurice Henry (“le réverbère sous-marin et vorace”), Joyce Mansour (“l’éblouissement de notre temps”), Gaston Puel (“l’héritier des hérésiarques”) y Robert Benayoun (“l’écran ondulant et frétillant qui simule une anguille”). Todas estas dedicatorias caracterizan poética y maravillosamente a sus destinatarios, pero la que se lleva el premio al humor es la que recibe uno de los grandes amigos de Péret en sus últimos años: Georges Goldfayn, “ami du peuple et soutien de sa mère, protecteur de sa concièrge et dresseur de son pingouin empaillé”.
¡Qué libro exquisito y qué gran idea reunir todos estos preciosos textos!
*
En el año 2008, el número 22 del boletín peretiano Trois cerises et une sardine solicitaba de quienes tuvieran libros con dedicatorias de Péret el envío de estas para su reunión. Al punto envié fotocopia de la que Péret le hizo a Agustín Espinosa cuando su visita con Breton y Jacqueline a Tenerife en 1935. O no les llegó la carta, o acabaron por extraviarla o se la pasaron por los cataplines. Lo último es lo más extraño, ya que, por una parte, se trata de una gran dedicatoria, admitiendo el cotejo con cualquiera de las transcritas, y por otra ilumina a una figura sin la proyección de las más consagradas. Encima, hay espacio en blanco suficiente para haberla introducido sin problema alguno en la sección del libro en cuestión, que es Dormir dormir dans les pierres.
“A Agustín Espinosa, que se levanta como una montaña de espuma sobre una plaza pública”: no hay palabras que mejor condensen la figura del Espinosa que Péret conoció en mayo de 1935, cuando acababa de desafiar a la putrefacta sociedad canaria con la publicación de Crimen y seguía desafiándola con su apoyo total a la presencia de los surrealistas, a la exposición que tantas iras levantó y en seguida a la frustrada proyección pública de La edad de oro. Pero es que además Espinosa había sido, desde 1927, un provocador altanero de la estupidez y el miserabilismo reinantes en la sociedad de las Islas Canarias (reinantes desde su adscripción a la corona de los Reyes Católicos hasta el presente, que en estos aspectos nada se rezaga de los tiempos pasados).


miércoles, 10 de junio de 2015

Amirah Gazel

Amirah Gazel, Efigie del inconsciente IV, 1999

Acaba de publicarse, en edición costarricense de 50 ejemplares, la monografía sobre Amirah Gazel Metrópolis del inconsciente, con muchas ilustraciones y una larga entrevista hecha por Alfonso Peña, escritor y editor de la revista Matérika.
Amirah Gazel, artista de origen libanés, aunque nacida en Costa Rica en 1964, es conocida sobre todo por su asociación con Phases y por la creación del grupo Agorart en Amsterdam. Es una personalidad, como resulta tan frecuente en los ámbitos del surrealismo, plural, ya que ha cultivado el dibujo, la pintura, la fotografía, el collage, el arte objetual y la poesía.
Metrópolis del inconsciente comienza, antes de la entrevista, reproduciendo numerosos óleos recientes de esta soberbia artista que Édouard Jaguer llamaba “el baobab de oro”. Algunos títulos: Metafísico, Coloide rubí, Simbiosis, Sahara al mediodía, Retorno al origen, Viaje a la semilla, Grafiti acústico, Arpegio, El hijo de Ariana, Transmutación, Chamánico, Tántrico, Laberíntico.
Titula Alfonso Peña esta entrevista-conversación “Maniquíes, automatismo colectivo y megalópolis del inconsciente”. Amirah Gazel era hija de un comerciante en pasamanería, por lo que tuvo desde la infancia familiaridad con los maniquíes. Pero es que, además, ella misma va a reconocer la importancia en la gestación de su imaginario del período metafísico de Giorgio De Chirico.
Al detenerse en la creación del grupo Agorart, Amirah Gazel comenta su relación con los surrealistas: “No tuve ningún problema con el movimiento surrealista, nos identificamos inmediatamente y simpatizamos”. El surrealismo es para ella un movimiento “autónomo” y una “corriente exigente”, que dice “¡no a los oportunistas!”. Pese a las incontables censuras y descalificaciones que recibe por su carácter “cerrado”, “en su médula la tropa es resplandeciente, abierta a la reflexión”. Ella lo considera, ante todo, una “filosofía de la vida”, una manera específica de estar en el mundo.
Organizadora infatigable de exposiciones internacionales, de las cuales la última se anuncia para este año en Costa Rica (“Las llaves del deseo”), Amirah Gazel habla de las que ha llevado a cabo en Europa, sobre todo en Bélgica y en la República Checa, siempre en torno al surrealismo actual. Sobre la de 2004, “Al borde del pensamiento. Surrealismo actual”, celebrada en Bruselas, considera que pretendía “remover el óxido que estaba cubriendo al movimiento”, aunque la cronología con que se cierra Lo que será muestra que ese óxido no se ha dado nunca.
Abordando otros motivos, como el del collage, el de sus autorretratos o, por supuesto, el del automatismo colectivo, la entrevista acaba de enriquecerse y es una óptima introducción a otra de las grandes singulares del surrealismo.
*
Dada la pequeña tirada de esta bella publicación, es una buena cosa que la entrevista aparezca también en el último número –décimo– de Agulha. La revista digital que anima Floriano Marins ofrece de nuevo mucho material de interés para el surrealismo, en concreto, aparte la entrevista de Adolfo Peña a Amirah Gazel, tres testimonios sobre André Coyné, un ensayo de Claudio Willer sobre Jorge de Lima, unos mensajes de Carlos Manuel Luis a Carlos Barbarito y una extensa entrevista a Celia Gourinski. Esta segunda entrevista, realizada por Juan Carlos Otaño e inserta ya en su página “archivosurrealista.com”, es muy importante por lo que se refiere a los protagonistas de la aventura surrealista en Argentina, desde Aldo Pellegrini hasta Alejandra Pizarnik (en cuanto a esta, encontramos por parte de Celia Gourinski un inteligente repudio de las motivaciones extraliterarias de su mitificación).

Hacia una onirocrónica del surrealismo

Frontispicio de Pierre-André Sauvageot
Guy Girard no cesa de presentar sus propuestas en las ya famosas autoediciones de Saint-Oeun, de las cuales componen su número quince (aunque sin numerar) estos Matériaux pour une onirochronique du surréalisme, número como es costumbre ilustrado por un precioso frontispicio de Pierre-André Sauvageot.
Matériaux pour une onirochronique du surréalisme, en su caso, se suma a tres anteriores títulos que exploran las posibilidades del onirismo: Abrégé d’histoire universelle vu en rêve, Manuel de zoologie onirique y Éléments pour une esthétique onirique. La idea es ahora “estudiar e interpretar la trayectoria siempre inacabada del surrealismo y su sombra inscrita en los sueños nocturnos de los surrealistas de hoy y de sus amigos”, teniendo como objetivo “la constitución colectiva de una onirocrónica del surrealismo”. Cómo no, Guy Girard procede en seguida a desgranarnos una serie de ejemplos propios que van de diciembre de 1982 (en que una voz femenina le da en la duermevela el “le la” detonador) a febrero de 2015, y en los que emergen, entre otros, André Breton, Jimmy Gladiator, Jean Benoît, Édouard Jaguer, Benjamin Péret, Jean Terrossian, Ted Joans, Salvador Dalí, Aurélien Dauguet, Josette Exandier, Marcel Duchamp, Juan Miró, Louis Aragon, Fabrice Pascaud, Annie Le Brun y Jean-Pierre Guillon, aunque se dan también el encuentro con el misterioso primer traductor español de Los cantos de Maldoror y una visita a la Calanda de Buñuel.
Como datos que descubro al echar un vistazo a mi agenda de fechas que me incumben, descubro varias curiosidades. La fecha en que ocurren unos hechos inquietantes en la casa de André Breton, situada en el laberinto de una población medieval, es la misma en que “desapareció” Nicolás Flamel (es bien sabido que aún anda por el mundo, aunque nos cueste imaginar, en medio de tanto horror, dónde puede haberse refugiado, sin duda ya en una final sedentarización): 21 de marzo. La visita a la exposición “La révolution surréaliste”, convertida en una jungla, tiene lugar un 7 de marzo, aniversario del nacimiento de Léo Malet y de Néstor Burma. Un 4 de abril nacía Isidore Ducasse, y un 4 de abril anuncia Marcel Duchamp su próximo suicidio, levantándose lentamente al extremo de un misterioso banquete. Por último, el 2 de diciembre de 1949 tuvo lugar la Ejecución del Testamento de Sade y el 2 de diciembre de 2014 visita Guy Girard una exposición en que descubre un cuadro de grandes dimensiones, que parece ser una extraña marina, firmado por... Annie Le Brun.
Como suele ocurrir cuando uno se lee a Freud, nada es menos extraño que actúe como enriquecedora de nuestra vida dormida la lectura de estos cuadernos oníricos de Guy Girard.

martes, 2 de junio de 2015

“A Phala”, n. 3, tomo II

Richard Waara, cubomanía de postal, 2004-2005
El segundo tomo del n. 3 de A Phala está íntegramente dedicado a las “egrégoras surrealistas”, y se inicia con una serie de aventuras individuales en que encontramos textos e imágenes de Guy Cabanel, Silvia Guiard, Beatriz Hausner, Kathleen Fox, Susana Wald, Ludwig Zeller, Juan Bautista Cáceres Rodríguez, Paulo Jorge Brito e Abreu, Richard Misiano-Genovese, Silvia Navarro, Bill Howe y Lou Dubois. La mayoría de estos nombres es bien familiar a los lectores de “Surrealismo internacional”.
Lo que sigue es una serie de bloques dedicados a colectivos surrealistas, nueva evidencia de la plenitud actual del surrealismo, en una época de apoteósica alienación en que la música, el arte, el cine o la literatura (por no hablar de la belleza del mundo) hacen bueno aquel dicho de que todo tiempo pasado fue mejor. El surrealismo, como movimiento de revuelta y de afirmación,  es de las pocas cosas que resisten, y no es otra la razón que me hace a mí en particular proseguir permanentemente a su escucha, por completo ya desinteresado de la actualidad musical, artística, cinematográfica o literaria (cuando digo musical, me refiero, claro está, tan solo a las músicas populares, como el jazz, el blues, el rock o el fado, que andan todas de definitiva capa caída).
Estas aventuras colectivas no son todas las que hay, ya que para empezar falta el grupo de Analogon, que es el más rico, profundo y completo del movimiento surrealista, y faltan otros como el madrileño, el de Leeds, el de Chicago o el sueco, pero no es la intención de Sergio Lima mostrar la exhaustividad que tenía el almanaque de Brumes Blondes, sino tan solo referir dadivosamente algunas travesías cercanas a la del surrealismo brasileño, o que a él le han parecido que debían manifestarse en el proyecto de A Phala.

Miguel de Carvalho, "Tu m'as abandonné mais... je t'aimerais toujours, 2014

La primera de ellas es la que lleva a cabo la Cabo Mondego Section of Portuguese Surrealism, ya que desde el lejano primer número de la revista existe la alianza lusitana, encabezada entonces por Mário Cesariny, cómplice permanente de Sergio Lima al otro lado del océano. La CMSPS es un colectivo abierto especializado en el automatismo colectivo, aunque sus expresiones son múltiples. Aquí participan con poemas, collages, pinturas y dibujos Miguel de Carvalho, Pedro Prata, Nuno Moura, Claudia Sampaio, Luiz Morgadinho, Rui Pires Cabral, Seixas Peixoto, Manuel de Freitas y Cristina Vouga (Rik Lina aparece en las fotos de una de las acciones colectivas del grupo). Los cuatro collages de Miguel de Carvalho, excepcionales y de factura común, son muy novedosos; Seixas Peixoto y Luiz Morgadinho hacen dibujos acuarelados muy curiosos; Rui Pires Cabral inserta pequeños textos en unos collages estirados; Cristina Vouga combina la pintura y el dibujo, pero también esculpe...

David Coulter, collage

La segunda sección, muy amplia, se dedica a los surrealistas estadounidenses de Invisible heads, con Richard Waara abriendo el fuego en una intervención plural: un caso de azar objetivo, un poema y sus maravillosas cubomanías de diverso signo, cuatro de ellas a partir de postales de desnudos femeninos. Hay fotos de Raman Rao, poemas de Bill Wolak, un “Cuerpo transgresivo” de Jon Graham, cuatro de los espléndidos collages de David Coulter (en su caso, perdiendo mucho con la reproducción en blanco y negro, ya que son siempre deflagraciones de colores populares), un largo texto de Allan Graubard para una actuación del músico Butch Morris, dos dibujos de Byron Baker, un anticlerical foto-collage de Eric Bragg, un relato y un collage digital de Ribitch, un fragmento de la novela inédita de Paul McRandle El zar y Jano, un poema de Will Alexander, dos de Valery Oisteanu (uno de ellos, precioso, sobre Eugenio Granell), tres de los tan característicos dibujos de Timothy Robert Johnson (dedicado a Sotère Torregian uno de ellos, a Arshile Gorky el segundo y titulado el tercero Corazón palimpséstico), los poemas de Torregian a Arshile Gorky y un carboncillo de José Hernández. Es, sin duda, una poderosísima muestra.

Timothy R. Johnson, Corazón palimpséstico, 2014

El Groupe Surréaliste de Paris (y amigos) está representado con los dibujos de Guy Girard, los collages de Pierre-André Sauvageot (de su serie de las estatuas), un poema y una prosa de Claude-Lucien Cauët, una nota de Michael Löwy sobre la voluptuosidad, las esculturas de Virginia Tentindó, poemas de Hervé Delabarre, collages de Guy Ducornet, dibujos y poemas de Jacques Abeille, una prosa de Joël Gayraud y el juego del cuadro por teléfono, inspirado en una boutade de Laszlo Moholy-Nagy, quien decía que él le dictaba sus cuadros por teléfono a su asistente. Este juego fue propuesto por Michael Löwy: “La regla es simple: el primer jugador hace un dibujo (a ser posible en color) que le dicta por teléfono al segundo; este hace otro dibujo, según lo que ha oído, y telefonea con nuevas instrucciones a un tercero, etc.”. En total, se nos dan siete dibujos, de un juego que hubiera interesado mucho a Franklin Rosemont, autor del admirable, apasionante libro Wrong numbers.

Martin Guderna, Tercer ojo, 2010

Viajamos en seguida a la Costa Oeste canadiense, con textos e imágenes de Pnina Granirer, Gregg Simpson, Sheri-D. Wilson, Zac Odim, Jamie Reid, Michel Bullock, Leo Labelle, Lori-Ann Latremouille y Martin y Ladislav Guderna. En fin, la plana mayor del West Coast Surrealist Group, presentada por su principal exponente a lo largo de casi medio siglo, Gregg Simpson.
La Liaison Surréaliste à Montréal marca vanguardista presencia con el colectivo Les Boules, Jacques Desbiens, Enrique Lechuga (¡sorprendentes collages!), Sherri Lyn Higgins (un “Hombre vegetal”), Bernar Sancha, los Recordists, William A. Davison, North Mutator, un versátil David Nadeau (pintura, pintura-objeto y poema), Pascale Dubé y fotos de los preparativos de Songs of the New Erotics para la actuación en las jornadas de “La chasse à l’objet du désir”.

Enrique Lechuga, Mi esposa, mi amiga y mi amante, 2002

Sergio Lima reconoce la importancia excepcional de Lo que será reproduciendo su cubierta en la contraportada de los dos tomos, por lo que resulta insoslayable un apartado dé noticias “Del país de las brumas rubias”, con poemas e imágenes de Rik Lina, Pieter Schermer, Hans Plomp, Wijnard Steemers, Jörg Remé, Paul Bogaers (unas muy originales “fotografías extendidas”), Tenny Frank, Her de Vries y Laurens Vancrevel, este con el largo poema “Vampiro-amor”, que traduce el propio Lima, y con la introducción al maravilloso libro de Schlechter Duvall sobre Unica Zürn, acompañada de dibujos eróticos del artista y poeta indonesio (The adventures of Desirée, tres series de imágenes en color a partir de sendos dibujos de Unica Zürn, se publicó en 2009, con esta introducción de Vancrevel y un relato de la génesis de la obra por Richard Waara).

Schlechter Duvall, dibujo-aguada en The adventures of Desirée

Uno de los grupos más dinámicos y creativos del surrealismo en el último decenio (surgió en 2005), el Surrealist London Action Group, contribuye de manera reducida pero esencial (podría haberse incluido también alguno de sus muchos juegos, en que son maestros consumados). Es un gran acierto acercar al papel uno de los más importantes ensayos recientes del surrealismo, o sea la “Antropomancia” de Merl Fluin, acompañada de muy hermosas fotos en que vemos a un médico esquimal exorcisando unos espíritus diabólicos (¡fantástica!), a un danzante del fuego bainig (¡que no se queda atrás!), a un danzante chamán bouriate, un mástil ritual asmat, una danza hopi, una escena de danza y posesión candomblé, una máscara malangán y –todo un acierto su inclusión– la serie de metamorfosis del desnudo de la mora en la danza del sable, que Richard Waara realizó entre 2003 y 2007. No podían faltar los dibujos de Patrick Hourihan, completando el elenco dos dibujos colectivos y una foto de Paul Cowdell, homenaje a Giorgio De Chirico, que yo automáticamente sumé a los de Wilhelm Freddie, Alice Rahon, Rik Lina, Susana Wald y (también fotográfico) Emila Medková.

Paul Cowdell, De Chirico

Se cierra A Phala 3 con Brasil, pois claro! El ensayo de Sergio Lima se titula “La piedra de toque del fetiche/Hechizo del cuerpo objeto”, y versa, integrado en la línea de este número, sobre las irrupciones del cuerpo desde la novela negra y Sade. Profusamente ilustrado (de nuevo con muchas fotos de André De Dienes y las cubomanías de Richard Waara, pero también con imágenes fílmicas, alquímicas y eróticas), se ocupa de pronto, en una de esas carambolas a que nos tiene acostumbrado Sergio Lima, del dibujante norteamericano de los años 10-30 Rube Goldberg y su Profesor Butts, inventor de máquinas delirantes (poéticas, o sea en realidad anti-máquinas) que tuvo en los tebeos españoles un discípulo que aún recuerdo con mucho placer. Goldberg, dibujante de lo insólito, llama la atención de Sergio Lima por su fascinación de lo vertiginoso y de las seriaciones. También sorprende en este precioso ensayo la reflexión sobre los maniquíes, incluso Sergio Lima refiriéndonos, en un pasaje que recuerda “El traje de novio” de Agustín Espinosa, breve cuento conectado a Crimen, cómo se apasionó “perdidamente” por un maniquí de mujer de rostro muy maquillado: “Me hizo volver muchas y muchas veces al escaparate para quedarme allí enamorándola. Me hizo pasar noches de ensueño de las más alucinadas. Sin cualquier esperanza. Hasta la tarde en que desapareció del escaparate, sin que la sorpresa me permitiera preguntar a dónde se había ido”. Tras abordarse la cuestión del objeto, el ensayo concluye enlazando con las páginas del primer ensayo de la revista.
Titulándose este último apartado “Del grupo de São Paulo, Decollage y amigos”, encontramos aquí documentación de la exposición “El libro objeto y el no libro”, que tuvo lugar en octubre de 2013, collages y poemas de Renato de Souza, dibujos de Heloísa Pessoa, fotos de Fátima Roque, collages digitales y poemas de Nelson de Paula, collages eróticos y un poema de Alex Januário, collages de Maria Regina Marques y al final, para acabar como acaban las grandes fiestas, los fuegos artificiales Caramuru presentando los enloquecidos dibujos y collages de Zuca Sardan, con uno de los cuales cerramos también esta reseña.
Afortunadamente, aunque hay algunos despistes que hubieran sido muy fáciles de subsanar, este tomo no tiene las graves deficiencias del anterior. En su conjunto, A Phala 3 es un número potente y saturado de surrealismo por los cuatro costados (que en este caso no son cuatro sino ocho). Y ya nos ponemos a esperar por el cuarto, que confiamos resulte impecable de presentación, porque de resto no hay ni una puntualización que hacerle a Sergio Lima.

Zuca Sardan, dibujo-collage, 2015

António Dacosta

António Dacosta, s.t., 1942

En su momento señalamos que, con motivo del centenario de António Dacosta (1914-2014), hubo una retrospectiva suya en la Fundação Gulbenkian de Lisboa, y se publicó un amplio catálogo sobre su obra. 
El catálogo, ya en mis manos, está muy bien ilustrado, aunque mezclando las dos etapas del artista, que son 1937-1948 y 1980-1990, y sin que en los dos ensayos se den las referencias a las imágenes comentadas, que hubieran permitido manejarlo con comodidad. El primer ensayo, de José Luís Porfírio, está muy bien, pero no así, por lo que respecta al surrealismo, el segundo, de Ruth Rosengarten, quien considera que, al comienzo de la segunda carnicería mundial, “la mayoría de los surrealistas europeos se encontraba geográficamente dispersa, haciendo carreras individuales, ya no unidos por su adhesión a un objeto común”. Aparte la deformación universitaria de las “carreras”, ello supone olvidar al grupo La Main à la Plume y el rápido aglutinamiento neoyorquino de VVV. Se dice luego que “es sintomático del atraso cultural de Portugal durante la dictadura salazarista el hecho de que los principales grupos surrealistas portugueses solo se constituyeran en 1948”, pero ¿qué decir entonces de Holanda, donde Brumes Blondes irrumpe en 1959, o de los Estados Unidos, donde el grupo Arsenal solo surge a fines de los años 60? Estamos, es obvio, ante la típica confusión del surrealismo con una vanguardia o un movimiento artístico. Se afirma, por último, que, cuando Breton y los exiliados regresan a Francia, no se dan “la oportunidad” ni el “impulso” necesarios para reagrupar el movimiento, cuando basta recordar el manifiesto Liberté est un mot vietnamien, de inicios de 1947 y el extraordinario relanzamiento de esos años, cuya excepcional importancia no es hace mucho que precisamente un estudioso portugués, António Cândido Franco, ha puesto definitivamente de relieve. En fin, todo se encharca definitiva y repugnantemente cuando se habla poco más adelante de la “misoginia surrealista”.
António Dacosta, poeta y pintor, fue uno de los pioneros del surrealismo en Portugal, tras haber conocido a António Pedro. Se estableció para siempre en París el año 1947, participando en la exposición de la galería Maeght, firmando Rupture inaugurale y estableciendo el lazo entre el grupo parisino y el de Lisboa. Dos años después dejaría la pintura tras haberse pasado a la abstracción, que era la moda. Sin embargo, en los años 70 reaparece tras la liquidación del régimen dictatorial y escribe una serie de prosas automáticas con Cesariny, una de ellas traducida en el catálogo de la gran exposición surrealista de Chicago (1976) y reproducida, con otras dos, y bajo el título de “El norte de Europa”, en el libro de Cesariny Primavera autónoma das estradas (nada de esto se señala en el catálogo). En 1999 se publicaron a la vez O trabalho das nossa mãos y Dacosta em Paris. Textos (Fundação Cupertino de Miranda), que vienen tras A cal dos muros (1994).

El huevo salvaje

Con su número 12, acaba la trayectoria de una excelente revista francesa, L’Œuf Sauvage, que animaba Claude Roffat. Este número contiene un trabajo de Joël Gayraud sobre Denis Pouppeville y de Marine Degui sobre Jean Benoît, y por su título no cabe duda que debe consultarse el de Nicole Esterolle: “Sobre la dictadura de la bufonería en el arte contemporáneo”. Es este avance infrenable de la estupidez en el mundo artístico (recuérdense los montajes parisinos de la pasada fiesta navideña) lo que ha acabado por desalentar a Claude Roffat, quien reconoce la decadencia del arte en los últimos veinte años, o sea los que coinciden con la trayectoria de L’Œuf Sauvage, en un mundo “cada día un poco más deprimente, más desesperante”.
L’Œuf Sauvage, “otra mirada sobre la creación”, surgió, “lejos de las modas y de la cultura dominante”, o sea en las antípodas de un arte “pervertido por los poderes del dinero, de la política y de los media”, bajo el signo de la frase definitiva que abre como una llamarada Le surréalisme et la peinture: “l’œil existe à l’état sauvage”.
Resta una bella travesía, a la que remitimos a los lectores: