lunes, 29 de diciembre de 2014

“A Ideia” y el surrealismo en Portugal

Dos gruesos números dobles de A Ideia. Revista de Cultura Libertária, el 71-72 y el 73-74, pasan a convertirse en una referencia ineludible a la hora de conocer el surrealismo tal y como se ha desarrollado en Portugal. Ambos tomos conforman una unidad, y aunque son editados en papel sin ningún afán de lucro, también se pueden descargar en la red.
En la nota introductoria al primero, leemos: “La cultura de los mandarines, la cultura mediática, la cultura repetida, la cultura ridícula de las academias, la cultura vedette, la cultura de la competencia, la cultura de los sabihondos, la cultura del gran comercio no nos interesa; apoyamos la cultura irreverente y libertadora, la cultura activa de los singulares, la cultura invisible. Con ella es con la que se construye el deseo, no con la otra. Dedicamos este número de A Ideia al surrealismo, paradigma modelar de la cultura libertaria. Homenajeamos a algunos de los creadores que entre nosotros mejor asumieron el espíritu pos-civilizacional del movimiento, algunos de ellos colaboradores de esta revista, y damos una contribución al conocimiento del espíritu de la corriente y de lo que en él hubo y hay de libertario. Al surrealismo dedicó A Ideia su primer texto en 1981 (de la mano de Nicolau Saião), al surrealismo volvió después (con Cesariny, Lisboa, Alves dos Santos y otros), al surrealismo regresa ahora y en el próximo número, desdoblando y alargando este. Al surrealismo regresará siempre y sin fin”.
Solo pretendo en esta reseña dar cuenta de lo que me ha parecido más destacado en un conjunto tan formidable, cuya realización se debe principalmente al esfuerzo de António Cândido Franco, autor ya de estudios capitales sobre el surrealismo en los tiempos de Cesariny. Una carta de Cesariny –1982– abre precisamente el primero de esos números, seguida de dos textos de Cruzeiro Seixas, soberbio el datado en 2007.
Entre las páginas siguientes, se reproducen los últimos inéditos de Alfredo Margarido, en torno al surrealismo, y hay estudios sobre las Folhas de poesia del Café Gelo, sobre Lima de Freitas, sobre el pensamiento poético de António Maria Lisboa, sobre Carlos Eurico da Costa y Herberto Helder, sobre Cesariny (su Horta de cordel, junto a una evocación suya por Nicolau Saião), sobre Mário Henrique Leiria (dos trabajos, uno de ellos dedicado a los Casos de direito galáctico), sobre Mário Botas, sobre Ernesto Sampaio, sobre Luiz Pacheco, sobre António José Forte, sobre la olvidada revista Pirâmide. Este último, por António Cândido Franco, es un estudio que hacía mucha falta, como hace falta ahora una reedición de esa y otras no pocas publicaciones colectivas e individuales.
Pero hay mucho más, como el estupendo ensayo del propio António Cândido Franco “André Breton libertario y automatista”, que no gustará a quienes buscan desesperadamente volver a pegar a Breton al marxismo-leninismo, o como las respuestas de Miguel de Carvalho a dos cuestiones sobre los últimos avatares del surrealismo en tierras portuguesas. Importantísima también es la idea de hacer un “Sumario cronológico del surrealismo portugués”, que en este número cubre las fechas 1942-1952 y en el siguiente las de 1953-1963. Es una cronología muy útil, que recuerda las de Analogon con el surrealismo checo y eslovaco, y que a la vez puede ser punto de partida de una mayor exploración.
No puedo dejar de anotar la presencia del “Manifiesto anti-turístico” firmado por Joaquim Palminha Silva. Se toca aquí una de las lepras más características de nuestro tiempo, y así la ve este maravilloso manifiesto del que deberíamos hacer una tirada de millones de ejemplares: el turismo es un “flagelo peor que el cólera o la fiebre amarilla”, con el que debemos acabar cuanto antes. Porque ya no es un problema solo de las tierras desgraciadas que se han vendido a él hace muchas décadas (como las Islas Canarias): hoy pulula por todas partes de este triste, vergonzante planeta.
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El siguiente número de A Ideia se ocupa en especial del surrealismo en los tiempos del Café Gelo, al cual introduce António Cândido Franco con otro sólido estudio. Un completísimo dossier se dedica a Manuel de Castro, que publicó tres libros de poemas entre 1958 y 1960 y de quien salió en 2013 la recopilación Bonjour, madame, faltando aún recoger sus escritos en prosa. Uno de los textos incluidos critica ásperamente al surrealismo, siendo desmedida la relación que en la nota de presentación se hace de él (páginas como esta las hay por ahí a cientos) nada menos que con “À la grande nuit ou le bluff surréaliste”. Nuevos apartados sobre Luiz Pacheco, Pedro Oom, Alfredo Margarido y Manuel d’Assumpção se suman a los del tomo anterior, sobresaliendo entre ellos el de Margarido, ya que un texto suyo, publicado en Italia en 1978, ofrece una invalorable información sobre el surrealismo en Luanda, con la exposición del grupo de Cruzeiro Seixas y sus amigos en 1957, provocadora de una virulenta reacción de la comunidad blanca.
Por contra, penosa es la entrevista a Isabel Meyrelles, que nos hace pensar que quizás fuera mejor tener piedad con estos ancianos y no preguntarles ya nada de nada. La Comendadora de la Orden de Santiago de la Espada (lo que es muy distinto de ser Comendador de primera clase de la Orden de Saturno y Gran Comendador de la Pereza Sagrada Surrealista, como era Victor Brauner) colabora hace un par de años con las huestes de Santiago Ribeiro, lo que no es de extrañar a la vista de las chorradas sobre Breton y los surrealistas que va aquí hilvanando. Leer para creer, tanta indigencia mental.
Una sección brasileña incluye textos de o sobre Benjamin Péret (con una exhaustiva “Brasílica de Benjamin Péret” elaborada por António Cândido Franco), Sergio Lima y el grupo DeCollage, que actualiza hasta 2014 su cronología y concluye con estas palabras: “En este momento, para el grupo la Intervención Surrealista se presenta como actividad directamente incorporada a la vida, manifiesta de forma consciente y constante, como el propio acto de respirar”.
Entrevista bien más interesante que la de Isabel Meyrelles es la que se le ha hecho a Pietro Ferrua, autor en 1982 de un pionero ensayo sobre surrealismo y anarquismo, que diez años después publicó como libro André Bernard en el Atelier de Création Libertaire.
En la sección de “Lecturas y Notas”, lo que más interesa a nuestra óptica es el bello texto de Laurens Vancrevel “El espejo negro de la poesía surrealista” y la semblanza que Miguel de Carvalho hace de Alan Graubard, pero hay muchas más cosas, sobre Natália Correia, Henrique Risques Pereira, de nuevo António Maria Lisboa, Teixeira de Pascoaes, etc.
Una sección con muchísimas y muy jugosas notas misceláneas cierra ambos tomos. Entre ellas hay una inaceptable, ya que se cita una declaración de Jorge Luis Borges (en una de las cientos de entrevistas que se le hicieron) para acercarlo al anarquismo. Su respuesta, hasta en la referencia a Spencer, no es más que un parafraseo de Macedonio Fernández (a quien, como es sabido, solía citar como uno de sus maestros, lo que es una verdadera desgracia para este espíritu maravilloso y sí que verdadera, profundamente anarquizante). Recordemos que Borges, entre muchísimas lindezas, llamó “caballeros” a los chacales de la junta militar argentina, que en Santiago de Chile recibió una distinción de manos de Pinochet en sus primeros años de dictadura y que varias veces (en los años del Vietnam) expresó su lamento porque los Estados Unidos no se decidieran a ser un verdadero imperio. A través de él –un señorito boanerense que despreciaba al pueblo argentino– es imposible que se haya expresado nunca la “tradición libertaria en Argentina”, por intensa que haya sido y sea. Borges, por mucho que ciertos aspectos de su mundo secreto y algunos temas de predilección hasta resulten cercanos al surrealismo, era tan fascista como un Celine, otro genio con el que es habitual tener complacencias tan solo porque era eso, un genio (explíquese si no cómo a un Tardi se le ha ocurrido trasladar las historias de este al cómic).
Muchas otras notas se podrían poner como polos opuestos a esta, pero me limitaré a las tres, esplendorosas, que se le dedican al situacionismo, la tercera de ellas a su relación con el surrealismo. Al igual que ocurre con el “Manifiesto anti-turístico”, mi deseo inmediato fue traducir esas notas, lo que, dada su mayor brevedad con respecto al manifiesto, voy a hacer:
“La Internacional Situacionista (1957-1972) resulta de la convergencia de tres núcleos distintos: el grupo psico-geográfico de Londres, la Internacional Letrista y el movimiento para una Bauhaus imaginista. Hicieron la crítica del urbanismo industrial, detectaron en el urbanismo la vaciedad de la modernidad, entendieron la espectacularidad inane de la mercancía, supieron apartar cualquier tentación de apropiarse del poder. Tropezaron en cambio cuando estigmatizaron cualquier ligazón con el pasado, cuando postularon la desaparición de los modos de producción artesanales, cuando creyeron en las potencialidades liberadoras de cualquier tecnología, cuando subvaloraron (o ni siquiera ponderaron) la no violencia tolstoiana/gandhiana en relación a cualquier forma de violencia, organizada o espontánea. Fue ese su irremediable fracaso”.
“Si el fracaso de la IS no fue mayor, si sus estragos quedaron pese a todo limitados y circunscritos, eso se debió ante todo a su rechazo de asaltar el poder, profesionalizando la contestación. Mostró ahí la IS un componente libertario esencial, que la salvó de un desastre más grave. Pero ni esa parcela esencial, ni cualquier otro punto a su favor, menos aún el estilo canoro y siempre consensual de sus principales teorizadores franceses, puede esconder el enorme fracaso del situacionismo como teoría crítica radical. Su principal limitación fue la incapacidad de percibir la importancia del modo de producción artesanal. Esta insuficiencia tuvo como contrapartida una creencia en el desarrollo técnico y en la automatización general de la producción. Tales supuestos conducen a que el situacionismo pueda ser hoy releído como una contribución de fondo al desarrollo del capitalismo tecnológico”.
“La línea que divide el situacionismo y el surrealismo es el esoterismo. La historia que el situacionismo, a través de Raoul Vaneigem (con el nombre de Jules-François Dupuis), escribió del surrealismo, Historia desenvuelta del surrealismo, es ejemplar de esta situación. Cuando se trata de entender la cadena de oro iniciática, que liga la naturaleza a su fuente original, reintegrándola en los poderes mágicos perdidos, todo lo que el situacionismo sabe decir, él que no tenía otro horizonte que el de la automatización, convirtiéndose por ahí en un amparo de la recepción acrítica de la técnica, es que se trata de un proyecto despreciable de reconversión mística o de resacralización del mundo. El surrealismo mantuvo siempre una relación fuerte con las fuentes esotéricas y ocultistas. Estas solo en el seno de una sociedad artesanal, de pura subsistencia, anterior al estadio de la mercantilización, encuentran plenamente el medio de su natural desarrollo. El surrealismo nunca abogó por el corte con el pasado ni estigmatizó los modos de producción anteriores (que nada producían, sino que creaban) al de la acumulación comercial y capitalista. Al contrario, vio en ellos el cuadro favorable para desarrollar la revolución crítica y pos-civilizacional que le es propia. Está pues en mucho mejores condiciones de presentarse como verdadera disidencia del mundo moderno”.
Siguen inmediatamente a estas notas otras tantas, y no menos lúcidas, sobre el anarquismo y el surrealismo en tanto “corrientes de pensamiento y acción”. Y aquí sí que estamos en un terreno de extraordinaria riqueza, siempre vivo y abierto, como sin ir más lejos muestran estos y otros números de A Idea, admirable “revista de cultura libertaria”.