miércoles, 5 de noviembre de 2014

Un libro sin sonido

Le silence d’or des surréalistes es un amalgama de estudios sobre el surrealismo y la música, bienintencionadamente reunidos por Sébastien Arfouilloux. Pero es un libro que se podía haber publicado, en vez de en 2013, en 1973, revelando una vez más cómo el discurso académico sobre el surrealismo tiene un retraso sobre este de unos cuarenta años –como mínimo, ya que a veces son muchos más.
Así, en la presentación de Sébastien Arfouilloux y el prefacio de Henri Béhar, puede leerse que los únicos músicos surrealistas han sido André Souris y Georges Antheil, o que el encuentro surrealismo-música no se ha dado, o que “el surrealismo ha dejado la música aparte de su tarea de liberación”... Los “jóvenes investigadores” que se ocupan de la materia, y que supuestamente indagan nuevas “direcciones”, acaban dando en realidad pena, porque lo menos que podían hacer es estar informados de la poderosa relación que el surrealismo ha mantenido con la música en las últimas décadas, particularmente en los Estados Unidos, Inglaterra, Canadá y Suecia. De ello da perfecta cuenta el n. 4 de Patricide, titulado “The sound of surrealisme”, con numerosos textos y un disco de 42 pistas. De otro disco hemos hablado recientemente, al reseñar La chasse à l’objet du désir, y añádase a ello, en una evocación rápida, dos textos ineludibles: el de Shibek en el n. 1 de Hydrolith y el de Jean-Yves Bériou en el n. 2 de L’art du jazz.
Los artículos de Le silence d’or des surréalistes se detienen en los tratos musicales de Soupault, Desnos, Aragon, Gengenbach, Reverdy, Tzara, Péret, Char, Dalí, Bonnefoy, los poetas surrealistas griegos y, por supuesto, André Breton, citado aquí y allá por su rechazo más o menos general de la música, visto como un ogro en las páginas de Alain Chevrier y llamado por Virginie Pouzet-Duzer “el papa del movimiento surrealista” en el dedicado a Péret. Este último trabajo se ocupa de las sugerencias peretianas para la exposición de 1947, de la que se subraya, como si ello tuviera significación alguna, su escaso “éxito” de público, optando esta profesora de universidad americana por comulgar con las críticas que en la época hicieron a la exposición tanto los estalinistas del llamado “surrealismo revolucionario” como el bizco anfetaminado. Trabajos hay también infumables, en particular el dedicado a Giovanna (con salsa de Barthes, Kristeva, Saussure y Jakobson) y el de puro relleno que cierra el libro y se titula nada menos que “El silencio de oro de la música fluxus hacia un grado cero de la creación”, ambos llevándonos en la máquina del tiempo, ya sin rodeos de ningún tipo, a aquel citado año de 1973.
No puede faltar la cuestión del jazz y el surrealismo, pero nada se añade al magnífico trabajo citado de Bériou sobre las relaciones entre el automatismo poético y la improvisación musical, y lamentablemente se peca de reducir el jazz al bop y corrientes posteriores. Para quienes repiten que el jazz ha estado presente en la existencia pero no en la “práctica” de los surrealistas, he aquí una lista, necesariamente incompleta, de surrealistas que han cultivado como instrumentistas la música de jazz: Fabio de Sanctis, Louis Lehman, Jaroslav Jezek, Guy Ducornet, Gregg Simpson, Ernst Moerman, Alan Davie, Jean-Claude Biraben, Ludvik Svab, Ulf Gudmundsen... De remate está George Melly, nada menos que uno de los mejores cantantes de jazz que ha dado el continente europeo. Y ello descontando a quienes han escrito páginas críticas sobre el jazz o se han inspirado en el jazz para sus creaciones verbales o plásticas, como Maurice Henry, Jorge Cáceres, Gérard Legrand, Jorge Camacho, François Valorbe, Philip Lamantia, Claude Tarnaud, Konrad Klapheck, Sergio Dangelo, Élie-Charles Flamand, Alain Joubert, Anthony Earnshaw, Jimmy Ernst, Rik Lina, Paul Garon, Alexandre Pierrepont, Ted Joans, etc.
En 1984, Ted Joans auspició en su revista Dies und das (Esto y aquello), una encuesta sobre el jazz, en la que intervinieron John W. Welson, Jorge Camacho, Konrad Klapheck, Maurice Henry, Louis Lehmann, Jean-Louis Bédouin, John Lyle, Georges Gronier, Roberto Matta, Chris Starr y uno de los grandes maestros de la crítica jazzística, Martin Williams. Algo sí ha detestado el surrealismo siempre, y muy pocas excepciones hay a ello: la llamada “música clásica”, gala por excelencia de la burguesía. En este collage de un poeta, collagista y anarquista admirable, sobre quien muy pronto hablaremos, ello se hace patente tomando como blanco el violín, al igual que hacían Buñuel en L’âge d’or y Maurice Henry en el Hommage à Paganini.

André Bernard, Ligera música de decadencia