miércoles, 9 de julio de 2014

Da Costa (y 2)

Si los dos fascículos del “compendio universal” Da Costa rechazan el anonimato sistemático de la enciclopedia propiamente dicha, ello se hace en aras de un “anonimato mitigado” que no debe malinterpretarse, del mismo modo que el anonimato anterior revelaba no el deseo de ocultarse o el simple gusto de la farsa, sino en todo caso razones éticas que tienen que ver con el deseo de “ocultamiento” que había manifestado André Breton. Ahora, las razones ya apuntadas llevan a una combinación de anonimato, uso de seudónimos y firmas, la mayoría pertenecientes al grupo surrealista, al tiempo que, paradójicamente, ya no colabora André Breton. Los fascículos del compendio confirman definitivamente la relevancia tanto de Robert Lebel como de Isabelle Waldberg, quienes, en el artículo “Preámbulo” del segundo fascículo reconocen al surrealismo como “una fuerza actuante”, añadiéndose en una nota a esa afirmación que “no debe perderse de vista a Breton”.

Isabelle Waldberg, 1942

A las beligerancias apuntadas, y que son constantes del surrealismo, deben añadirse las que se enfrentaban al status quo parisino del momento: estalinismo y existencialismo. El primero es alcanzado a través de un artículo sobre Engels de Lebel; como comenta Kleiber, “perfectamente irreverente con respecto al filósofo, este artículo, presentando al materialismo dialéctico como una doctrina obsoleta de teórico militar, tenía que escandalizar los rangos marxistas, cuya influencia era, acabada la guerra, más intensa que nunca”. Pero el existencialismo sale aún más mal parado, como muestran los artículos “Erratum”, “Essence”, “Estorgissement” y “Estética”. En el primero, Jean Ferry hace burla fantástica de un poema de un tal Olivier Larronde que, en Le Temps Modernes, había sido publicado con unas irrisorias erratas cuya corrección, confrontando “texto pirateado” y “texto oficial”, fue presentada solemnemente al número siguiente de la tan “revolucionaria” revista, que además, por pluma de su propio big boss, no había dejado de denigrar a la poesía (y, con ella, al surrealismo). “Esencia” (“sustancia muy volátil que se extrae de los libros de piedad y de filosofía”), de Lebel y/o Duits, no va a la zaga, convertido Juan Pablo en “ese inocente que piensa” y arriba de la página una errata que sustituye la ESS de “Essence” por una SSS. Citas de Sartre y de Gabriel Marcel son deformadas o inventadas en “Estorgissement”, pero el blanco es sobre todo la filosofía heideggeriana y su abstrusa jerga, que el propio vocablo parodia. Todas estas entradas se encuentran en la Enciclopedia, la de “Estética” obra de Bataille.
Ya en los fascículos del compendio, topamos con otros bombos de la fiesta: Giacometti, Picasso, Isidore Issou... “Bonjour M. Giacometti” –de Robert Lebel o Isabelle Waldberg– denuncia el retorno al realismo de este artista de tan fértiles hallazgos durante la década anterior, y cuya reciente exposición en Nueva York había llevado un texto de Juan Pablo, titulado “La busca del absoluto”. Para el artículo del pintor colombófilo, Lebel manipula un texto de Théophile Gautier sobre el prebendado Meissonier (cuyo academicismo, como es sabido, ya marcaba al Dalí decadente). Isou, tan hinchado en la época, recibe nada menos que tres entradas: “Isidore”, “Isou” y “Expression”, este último en la Enciclopedia, con una magistral tomadura de pelo a la pretenciosa tomadura de pelo que podía considerarse la teorización de la poesía letrista recién llevada a cabo por el “profesor Isidore Issou”. Si nadie ha podido atribuir este artículo, el de “Isidore”, pastiche de los procedimientos letristas, es obra de Isabelle Waldberg, y el de Isou, complementando de inmediato al anterior y confundiendo al personaje con un homónimo arzobispo de la iglesia armenia, de Robert Lebel.
Uno de los grandes artículos, pequeña obra maestra, es el de Lebel “Huamour”, muy extenso, rechazando la seriedad y las limitaciones del “amor cortés”, aunque yo diría que aquí se produce una reducción abusiva, ya que el amor cortés no es la caricatura que de él hace Lebel y es también la poesía de un Guillermo de Poitiers –el “enemigo de todo pudor y de toda santidad”– o del enloquecido Peire Vidal (la interpretación que Lebel hace de las ceremonias caníbales kwakiutl, en una carta ya conocida, aunque nunca hasta ahora transcrita integralmente, no resulta menos decepcionante). “Huamour” incluye referencias al manifiesto surrealista sobre L’âge d’or y a otra limitación en la materia, la sadiana: “Se podría reprochar a Sade el no haber ido hasta el fin del humor, ya que coloca al amante al abrigo del humor del ser amado”, y es que “el humor es incompatible con la posición de amo”, “el huamoroso no puede arriesgar su humor sino amando, como no puede dar prueba de su amor sino exponiéndolo a la risa posible del otro. El huamor no se concibe sino entre iguales”. ¡Efectivamente!
Entre los artículos de los nuevos incorporados, hay algunos que merecen destacarse, empezando por los de Maurice Baskine, el surrealista alquimista, que son “Adán” y “Eva”, este antes del primero, lo que, como advierte Kleiber, está de acuerdo con el sentido general de su contribución, el de una valorización del principio femenino”. El interés de Baskine por la cábala fonética se exhibe en ambos artículos, pero el lenguaje mistificador no falta por ello, inventándose unos Orígenes cósmicos del género humano obra de un Da Costa más; Patrick Waldberg, en el muy bello texto que le dedicó a Baskine (Promenoir de Paris, 1960), ya señalaba la combinación de “cábala lingüística y humor difractado” en estos artículos del Memento. De Francis Bouvet es el artículo “Conserva”, otra muestra de humor negro, con referencias canibalescas, lo que nos permite recordar algo crucial, y es que la Antología del humor negro solo fue difundida verdaderamente en 1945, la Enciclopedia Da Costa no solo abundando en textos de humor negro, sino siendo incluso vista por Klieiber, en su conjunto, como una “obra maestra de humor negro”.
Firmado por el inolvidable Jindrich Heisler viene el artículo “Sugestión”, pero resulta ser un pasaje de El otro lado de Alfred Kubin, y Heisler lo que debió hacer es sugerir su inclusión. Por entonces, proyectaba editar en París una traducción hecha por Ludvik Kundera, y, como sugiere Kleiber, quizás por consejo suyo aparecería en el Almanach surréaliste du demi-siècle una ilustración de Kubin.
Luego hay dos breves textos anónimos, ya identificados: “Chiens”, que es un pasaje de Artaud, y “Éclair”, de Jakob Böhme. Sin atribuir está en cambio el de “Crítica”, donde se rechaza toda crítica “constructiva”, vista como “operación de censura”. No puede dejar de resaltarse, en fin, la “Encuesta” sobre “la próxima encarnación del mal”, que hace pensar en el gusto surrealista por las encuestas de revistas, vistas por Kleiber como menos directamente “provocadoras” y “más serias” que la de la Enciclopedia, aunque esto es insostenible, muchas de ellas teniendo un claro componente lúdico y a veces hasta de irrisión.


La edición aún guarda al final una sorpresa: la transcripción de una suculenta serie de inéditos que tenía Michel Waldberg, entre los cuales hay algunas joyas. “Être et le néant (L’)”, de Lebel, comienza así: “Ópera cómica en cuatro actos, libreto de Jean-Paul Sartre, música de Heidegger”, pero lo que sigue es aún mejor. “Étron” es una invitación que Jean Ferry le hace a Klossowsky, quien acaba de publicar Sade mon prochain, para que lo visite en su casa y así poderle escupir en la cara. “Fe”, sin firma, es de una sorna pasmosa, e hilarante la solicitud de Lebel que comienza “Importante firma demanda empleado serio dispuesto a trabajar noche y día con peligro de su vida” y concluye informando que “la preferencia será dada a un antiguo combatiente de las dos guerras presentado por sus padres”. “Incesto”, de Maurice Baskine, se limita a la definición: “Comercio bíblico” (de Baskine hay también los vocablos “Mercurio” y “Séraphine”). “Miseria” no lleva firma, pero define bien la “atmósfera” del París de la época: “Señalemos a nuestros lectores de provincia la gran miseria que reina en París, esa capital de la inteligencia. Allí no se hace, no se dice prácticamente nada. Se vive mal que bien de lo adquirido, de los recuerdos, y, si hace falta, de lo adquirido y de los recuerdos de los otros”. La Da Costa fue un intento de un puñado de espíritus libres por salir de ese marasmo.
¡Pena que no la tengamos completa! Dejaría chica a la de Novalis, que, también incompleta, es la única que se nos ocurre esté a su altura. Pero la muestra es suficiente, y debe reconocerse a Pierre-Henri Kleiser el colosal trabajo que ha llevado a cabo con una materia fascinante. Su único resbalón lo da en la página 264, cuando opina, después de tantos atinos, que el surrealismo acabó “por pactar con el enemigo institucionalizándose, es decir, cayendo en el dominio público y diluyéndose en él”. ¿Cuándo habrá ocurrido eso exactamente, tanto el pacto como la dilución? Aquí no tenemos noticia de nada de eso.
Las pequeñas viñetas de los tres fascículos son como “ready-mades”, pero para acabar nada mejor que esta página sin palabras, una plancha del alfabeto gestual de los sordomudos, ilustrando la entrada “Erotismo”: