martes, 11 de febrero de 2014

Brumes Blondes: “Apuntar del día”

Evocando el Point du jour de André Breton, el almanaque Lo que será incluye catorce textos de nuevo en un abigarrado pero armónico mosaico.


Jacques Abeille vaticina “el libro del mañana”, imaginando que en el año 2023 un oficial del futuro decreta la prohibición del libro impreso, ya que estos se han vuelto “contagiosos”. En el insano delirio tecnológico que vivimos, este texto, suerte de Fahrenheit 451 revisitado, quizás hasta peque de optimismo.
El texto de la Cabo Mondego Section of Portuguese Surrealism ya es conocido, e incluso yo lo reproduzco en Caleidoscopio: se trata de los “Trabalhos de pedreira” firmados por Miguel de Carvalho, Rik Lina, Pedro Prata, Seixas Peixoto y João Rasteiro. Pero no está mal recordarlo: “¿El surrealismo hoy, en el caos triturador de la ilusión política, social y económica? Sin duda que sí, y más que nunca. Y nos tomamos en serio la luminosidad de las palabras inscritas hace 43 años en la tumba de André Breton: «Yo busco el oro del tiempo». Este oro no tiene edad y está fuera de cualquier circuito económico. También nuestras búsquedas lo están. Dentro de la esfera de la moralidad (en crisis de valores), de la estética, del arte y de la literatura (dicen que se estudian en las academias de bellas artes y en las universidades), no tomamos en consideración el concepto de lo bello, entre otras cosas porque nos coloca ante la interrogación: ¿qué es lo bello? Evidenciamos más bien otra sensibilidad, inherente a la razón que produce una obra de arte. No nos impresiona la vulgaridad de la forma con que nos expresamos por la poesía visual o escrita, queremos antes impresionar con el genio de la libertad a través del acto poético y de la poesía. La libertad, esa máquina de propulsión, nos permite la convivencia con el hombre integral, a través de la unificación de las fuerzas telúricas que despedazan el logos. La lógica nos parece hoy extraña. Por eso poetizamos a partir de los sueños: una buena utilización de los sueños que permita originar un nuevo modo de pensamiento para no ceder a las apariencias. Nos interesa conquistar nuevas geografías y vidas plenas en los intersticios de la realidad, al margen de la literatura y del arte. Proponemos una metamorfosis exterior con la simple actitud marcada, fuera de la inercia, por la acción colectiva en una aventura que, a través del surrealismo, conduzca a la revolución interior de todos los poetas porque… la libertad individual es un bien superior”.
Max Cafard escribe sobre las derivas situacionistas y las exploraciones surrealistas en la urbe, que también ocupan las páginas de Lurdes Martínez tituladas “El descentramiento de la ciudad”. Algunas reflexiones de esta me hacen pensar en el último Leo Malet, enormemente ácido con el exterminio del viejo París popular y rebosante de vida. Respecto al notable volumen La crisis de la exterioridad, Lurdes Martínez escribe: “A pesar de la feliz heterogeneidad de las diferentes aproximaciones, sorprende una presencia latente en todas ellas: lo que pueda constituirse en vivencia de la exterioridad se encuentra en los pliegues más recónditos del ser y brota, imperceptible pero imperiosamente, en forma de resonancia, rumor, eco o reverberación de un tiempo en que afrontamos la presencia eterna de lo infinito, que nos precede y sobrevive. Entonces, la naturaleza nos ocupaba y por ello comprendíamos su lenguaje”.
Más situacionismo hay en una nota de Penelope Rosemont sobre surrealismo y situacionismo, ya olvidada de la vez en que le tomaron el pelo a ella y a Franklin Rosemont unos situacionistas de París. Ron Sakolsky, en cambio, titulando su trabajo “La continua relevancia del surrealismo”, distingue al surrealismo, por su “conexión entre lo «moderno» y lo «mítico»”, de “otros grupos de izquierda, incluido el situacionismo”, y señala cómo los situacionistas miraban a los surrealistas como algo que no tenía nada que ofrecerles (¡quién les diría, después de tanto atacar al surrealismo, que los únicos que se iban a acordar de ellos serían algunos surrealistas!), a diferencia de la actitud abierta de estos hacia aquellos (al menos, matizaría yo, en un principio). Otra cosa bien diferente (¡y tanto!), que enfoca a renglón seguido Sakolsky en su trabajo, es el tándem surrealismo/anarquismo, sobre el que de aquí a unos años se seguirá hablando, cosa que dudo de esta manía de algunos surrealistas con el situacionismo. Siguiendo en el grupo de Chicago, la nota de Paul y Beth Garon sobre Memphis Minnie nada añade a un libro que conocemos bien, pero sí que anuncia una edición remozada para 2014.
Eugenio Castro opone el “materialismo poético” al reino de lo virtual, aclarando que aquel es “una práctica más que una teoría”. Otro componente de Salamandra, José Manuel Rojo, dedica un largo ensayo al surrealismo y la política, pero que ya conocíamos por el reciente volumen español sobre el surrealismo “y sus derivas”.
Sergio Lima vuelve sobre el cine y la imagen, temática de la que se ocupaba en O olhar selvagem: o cinema dos surrealistas.
Alain Joubert, en “La controversia del poder”, aborda el conflicto de los surrealistas con los anarquistas de Le Libertaire y el “absurdo” apoyo de Schuster y sus amigos de la izquierda militante tipo Mascolo y Duras a la llamada “revolución cubana”, lo que aprovecha para decir, lo que yo ciertamente comparto: “Es preciso romper un mito: nunca hubo revolución cubana; como mucho, se dio al principio una insurrección popular, rápidamente recuperada y desviada por el clan castrista, en beneficio de los estalinistas de entonces y de siempre”. Me encanta, por lo demás, que Alain Joubert, al hablar de la relación del surrealismo con la política, haya elegido, por su formulación “simple, concisa y decisiva”, pasajes de un texto de Jacques Abeille en el Bulletin de Liaison Surréaliste que yo decidí transcribir en la entrada de este que hay en Caleidoscopio: No hay política surrealista posible, pues ningún poder podría satisfacer al surrealismo (…) El surrealismo no tiene ninguna forma de poder que proponerle al pueblo –como mucho podría, negativamente, trabajar contra el poder para que el pueblo se proponga a sí mismo alguna cosa”. Con su lucidez acostumbrada, Alain Joubert escribe más adelante: “Todas las «ideologías» políticas de vocación revolucionaria son cerradas y no reenvían sino a ellas mismas; solo el surrealismo –si se le quiere aplicar este término– osa proponer una ideología abierta sin límites, por su capacidad de actuar simultáneamente sobre los deslumbramientos de la poesía y sobre el filo de la utopía crítica, esa arma absoluta que se apoya a la vez en las riquezas de la imaginación y en los indispensables análisis que la acompañan y la guían. No se vea en esta actitud ni arrogancia ni condescendencia: a título individual, cada surrealista puede aventurarse en tal o cual lucha social digna de interés a sus ojos, pero en ningún caso debe comprometer al surrealismo con él; es lo que practicó durante toda su vida Benjamin Péret, revolucionario y surrealista poco sospechoso de compromiso.”
Hay dos muy bellas reflexiones sobre la poesía por dos poetas enormes del surrealismo: Ludwig Zeller y Guy Cabanel. El primero titula su texto “La libertad del poeta”, y en él afirma que el surrealismo es “una idea viva, que se manifiesta constantemente”, para concluir, como respondiendo a la cuestión sobre “lo que será”, con estas palabras: “Quizás habrá otras maneras de surrealismo en el futuro, pero su libertad y su gran apego a ciertos principios los guardará siempre”.
El texto de poética de Guy Cabanel es sensacional. Va acompañado de citas de André Breton, Octavio Paz y nuestro amigo el Almirante Leblanc, uno de los últimos mitos heroicos creados por la poesía. Para expresar la manera como Guy Cabanel ha “ejercido y sentido la poesía” durante no pocas décadas, el poeta nos brinda un texto que, en su brevedad, tiene una esencialidad que lo convierte en el broche de oro de su obra magnífica, y subrayo esta palabra porque la utilizo en el sentido fastuoso que se aplicaba a otro poeta bien conocido por el surrealismo. He aquí algunos pasajes de este “Souci de poésie”, aunque deba leerse de cabo a rabo, en su unidad absoluta: “Escribir un poema es una fiesta y eso no se justifica, es un gesto en estado bruto. (...) El discurso de la «boca de sombra», nunca racional, siempre coherente, poco fácil de captar, supone un estado de perfecta receptividad que implica el sueño de las facultades raciocinantes, un alejamiento total de las preocupaciones cotidianas. (...) El verbo poético es, sin desfallecimiento, paroxístico. No comporta tiempo débil, ninguna palabra es inútil o reemplazable. Así se formulan las explosiones lapidarias de la evidencia salidas del suntuoso tumulto del caos. (...) Más allá de la antinomia libertad-rigor, el poema es una fiesta severa. (...) Siguiendo un ritmo no preestablecido, un ritmo interior que podría ser el del pulso, un sonido llama a otro sonido, una palabra a otra palabra, y el conjunto de los sonidos o de las palabras libera una o varias significaciones, ninguna de las cuales sabría prevalecer. Su punto común está en que es preciso situarlas en ese lugar del espíritu donde las contradicciones ya no existen. El surrealismo pasa por ahí”.
Y ya que entre poetas anda el juego, no dejaré de celebrar la página 16 de Lo que será, ya que incluye una declaración de uno de los grandes poetas plásticos del surrealismo: Renzo Margonari, acompañando “Seráfica violeta” y valiendo también como respuesta de poeta a esa cuestión del surrealismo y “lo que será” y como afirmación de principios:
“El surrealismo ha favorecido el uso de nuevas técnicas de pensamiento y de expresión, porque el surrealismo es una manera de imaginar y de pensar, una actitud, una concepción de la vida. Las ideas producen nuevas técnicas y las nuevas técnicas estimulan las ideas. El surrealismo es mimético: su capacidad de adaptarse al tiempo le asegura su continuidad. El surrealismo no necesita rejuvenecerse porque nunca ha envejecido. Por todo ello yo he escogido libremente ser surrealista”.