miércoles, 4 de diciembre de 2013

Marcel Mariën, marino surrealista

Este fabuloso libro que Xavier Canonne, el mejor conocedor del surrealismo belga, ha dedicado a Marcel Mariën, es una verdadera fiesta de imágenes poéticas y subversivas por uno de los grandes inventores del surrealismo. Son 400 páginas llenas de ilustraciones, muchas de ellas desconocidas o poco conocidas, y con un ensayo espléndido que no deja sin estudiar cada una de las muchas vertientes de ese hombre polifacético que fue Mariën –poeta, ensayista, polemista, aforista, narrador, fotógrafo, cineasta, cronista del surrealismo belga, creador infatigable de objetos y collages... Y siempre surrealista, ya que, así como, afortunadamente, acabó descolgándose del estalinismo, afirmó su surrealismo y el surrealismo hasta su muerte en 1993, no dejando de manifestar en el 69 su burla del entierro del surrealismo por algunos de sus exponentes franceses, y a partir de entonces su total indiferencia hacia ellos.
Espíritu imaginativo y subversivo inagotable e insaciable, inventor de infinidad de procedimientos regidos por el azar, Marcel Mariën es ineludible a la hora de contar con lo esencial del surrealismo. Como francotirador del surrealismo ha habido pocos como él, y siempre desde una posición de altivez tanto como de desprecio de toda carrera literaria o artística. En lo segundo, su desinterés por la historia del arte llegaba al extremo de darle lo mismo la copia que el original de cualquier obra consagrada (aunque he de decir que yo le gano en la aversión a visitar los museos). He aquí uno que jamás buscó ningún “reconocimiento”, ni deseaba “homenajes” de nadie, convencido como estaba de que, en último término, nada de lo que cualquiera pueda hacer, por extraordinario que sea, tiene el mínimo valor. Pero no llegando a ese “último término”, Marcel Mariën es sin duda de los que merecen ser celebrados, y de los que ha dejado una obra absolutamente vivificante.
Xavier Canonne señala la importancia en él del gag, y el carácter permanente de su uso del collage, con una enorme cantidad de procedimientos y variantes, que anticipan en algún caso a un Jiri Kolar. Por mi parte, he quedado sorprendido con algunos collages que prefiguran los diálogos arcimboldianos de Svankmajer (El diálogo de los estetas, La miseria en rosa, La vida cotidiana y hasta uno con “personajes arcimboldianos”, todos ellos de fines de los 60). Siempre preocupado por la relación imagen-palabra, los collages con palabras fueron una de sus grandes especialidades, y entre ellos deslumbran aquellos que las inscriben en el cuerpo de la mujer (los cuerpos femeninos caligrafiados también aparecen en fotos), cuerpo que nunca cesó de maravillarlo y exaltarlo. En la página 203 del libro, Xavier Canonne brinda a las “historiadoras universitarias del surrealismo” fomentadoras del “proceso de un surrealismo «machista» que, paradójicamente, viene confortablemente a alimentarlas”, algunos versos de Mariën sobre los que pueden biencebarse, por no hablar de centenas de sus fotos y collages. Yo incluso propondría a las Zanetas, Chadwickes, Colviles, Suleiman y demás profesoras y profesores especializadas y especializados en los estudios de sexo la organización de un congreso internacional sobre Marcel Mariën, que serviría para hinchar un poco sus currículos de duras y duros trabajadoras y trabajadores.

Marcel Mariën. "El Renacimiento", 1984

Una de las obras maestras en este terreno es El burdel imaginario, collage de 1974 con reproducciones de obras de arte en que Marïen insertó globos con frases extraídas de libros pornográficos. Este collage de grandes dimensiones provocó un escándalo en 1996, al ser retirado de la exposición belga en que se mostraba, lo que conllevó a una recogida de firmas (incluida la mía) para el tract “El burdel imaginable”. Lamentablemente, la reproducción, en la página 132, no permite leer las palabras, cuando bastaba con haberlo reproducido a dos páginas.
Si existiera la misma sensibilidad hacia las blasfemias, Mariën podría ser objeto de otro congreso. Son incontables las imágenes anticristianas que hizo, y su película L’imitation du cinéma se sitúa en este aspecto muy cerca de algunas secuencias de La edad de oro. A esta película, recientemente editada en dvd, se dedica un capítulo del libro, como otros a sus fotografías, a las relaciones con su maestro Magritte o a su revista en tres series Les Lèvres Nues.
"El derecho de respuesta", 1954
La gran serie de Les Lèvres Nues fue, a mi juicio, la segunda. La primera fue justamente criticada por Magritte, dado el excesivo lado político que tenía. Ello tampoco agradó a André Souris, que añadía la molesta omnipresencia de Paul Nougé. En la segunda serie hay mucha más frescura, Mariën ya no da la tabarra con el stalinismo, desaparece el coqueteo letrista/situacionista y su presencia es más chispeante que nunca, pero prosiguen los largos discursos de Nougé, que hubieran sido más adecuados para un libro recopilatorio y que da la impresión sirven de relleno. En cuanto a los situacionistas, aparte la inclusión del sensacional texto de Dedbord contra la lepra automovilística, veinte años después Mariën mostrará el hartazgo en que acabó:
“El recuerdo del surrealismo –al cual debían sin embargo muchas cosas (empezando por la Deriva, nacida bajo los pasos del Campesino de París)– les molestaba hasta parodiarlo. Yo no quería comprometerme más en una empresa que encontraba continuamente en ella misma la justificación de sus rupturas fútiles, de una revolución de palacio permanente, sin país y sin pueblo. Los letristas, convertidos en situacionistas, a pesar de su feroz repudio del lenguaje poético y artístico, no se aplicaban a escapar al escrito bajo las formas más denostadas: el manifiesto, el libro, el comentario de cine, ni a la pintura, que ejercían en buena regla dos o tres embadurnadores en el umbral de la celebridad”.

Xavier Canonne también analiza finamente los trastornadores objetos de Marcel Mariën, sus magistrales aforismos que yo traduje en una ocasión y que no pueden faltar en una buena antología del género, la obra narrativa marcada por un humor corrosivo y donde no faltan sus amigos surrealistas, la muy surrealista significación de los títulos de sus innumerables imágenes. Del máximo interés son las páginas dedicadas al ejemplar de Nadja que, con intervenciones suyas en muchas páginas (incluidas todas las ilustradas), envió a André Breton en 1938. La mayoría (si no todas) son reproducidas aquí, y mucho agradaron a Breton, impresionado, por cierto, con el rostro de Éluard quemado con un cigarrillo, ya que Éluard se había enemistado con él muy poco antes. Breton le escribe a Mariën que el suyo “es con mucho el más sensible y el más sorprendente comentario que este libro ha suscitado”. Y no solo esto, ya que Xavier Canonne no duda en considerarlo “una de las claves para la comprensión de la obra de Marcel Mariën tanto como de su pensamiento”. Que este libro interpretado lo haya hecho Mariën a los 18 años sirve para demostrar algo que Xavier Canonne afirma ya de entrada: la cronología no tiene nada que hacer con Marcel Mariën, cuya obra posee una absoluta unidad a los largo de la friolera de seis décadas. Lo que me hace pensar en un Benjamin Péret.
A lo que no se le pueden poner paños calientes es al estalinismo de Marcel Mariën, aunque tenga el beneplácito de haberse quitado finalmente la venda de los ojos, cuando su viaje a China. Es irritante verlo en 1957 intentar decir que Stalin no era tan malo como se estaba diciendo, que al menos actuaba, “piedra de toque del comunismo auténtico”, y que hizo “lo que era humanamente posible hacer en el peor de los mundos posibles”. Cuando descubre el horror maoísta (1963), con los monstruosos simulacros que inventariará en Le radeau de la mémoire, le escribe a Jane Graverol: “Todo lo que me había permanecido oscuro hasta ahora, se me ha hecho claro: los procesos de Moscú, cómo Stalin ha accedido al poder, etc. Este es el sistema más perfecto que la historia ha conocido. Se trata esencialmente de una religión, y la más intolerante que ha existido”. Mariën denuncia en sus artículos periodísticos la mentira maoísta, lo que le vale ser acusado de renegado y de agente de la Cia y recibir cartas hostiles, anónimas y no. Pero además ello produjo la indignación de los recalcitrantes estalinistas Nougé, Scutenaire y Bourgoignie. El segundo llegó a escribirle a la China: “Algunas palabras para decirte lo feliz que estamos porque hayas llegado al fin a tu casa. Mira bien a la gente de la calle y luego a ti en tu espejo, escucha los latidos de tu corazón y la palabra china”. ¡Valiente imbécil! Y Bourgoignie: “Espero mucho de la China y creo que es la única capaz de salvar al mundo, sea cual sea el camino que haya de recorrer para llegar al rango de gran pujanza industrial”. En cuanto a Nougé, Mariën da una explicación de su estalinismo no solo por el efecto Stalingrado sino por haber sido siempre “un hombre pobre, trabajando duro y sin protección social”. Y yo pregunto: ¿y entonces Benjamin Péret?
Mis reservas hacia Marcel Mariën han estribado en tres puntos: su viejo estalinismo (aunque redimido, pues, a la postre), sus quisquillosidades hacia Breton (a quien a la vez nunca dejó de admirar, y a quien sabía que lo debía todo) y una cierta frialdad. Sobre esto último, resulta muy bello el testimonio de Xavier Canonne, que lo conoció bien, al descubrir en él una “extrema emotividad”, sino que enmascarada por una forma de cinismo.
Marcel Mariën es uno de los grandes del surrealismo, y este el mejor libro que se le podía haber consagrado.