miércoles, 31 de octubre de 2012

Una entrevista a Jean-Pierre Lassalle

El número 3 de la revista Mange Monde, que dirige en Cordes sur ciel el poeta Paul Sanda, incluye una interesantísima entrevista de 24 páginas a Jean-Pierre Lassalle, figura sobre la que hemos hablado antes en “Surrealismo internacional”, ya que, tras haber pertenecido al grupo bretoniano de 1959 a 1966, con valiosas publicaciones entre 1962 y 1971, se lo ha visto reaparecer con fuerza desde 1998, recuperando sus escritos junto a curiosos documentos que redescubrió por azar en el 95, y colaborando en Brumes Blondes, Supérieur Inconnu e incluso, con unas bellas respuestas a una encuesta sobre el sueño, el lenguaje y la imagen, en la revista del grupo surrealista parisino, S.u.rr...
En unos tiempos de vaciedades, flacideces y falsificaciones, Jean-Pierre Lassalle sorprende por su honradez, por su energía y por su lucidez. Como señala la presentación de Mange Monde, Lassalle, “testigo del Surrealismo en su segundo periodo, miembro del grupo, observador atento de los acontecimientos”, “forma parte de los pocos en poder testimoniar lo que fue este movimiento esencial del siglo XX, rompiendo un cierto número de tópicos en torno a él”.
Abriendo el fuego, Lassalle responde a la pregunta acerca de lo que perdura de “ese vasto movimiento que fue el Surrealismo”: “Es una cuestión muy importante, porque el Surrealismo presenta una semejanza con el Romanticismo, son movimientos que casi cubren un siglo entero. Hay una analogía, y si se considera que el Surrealismo es un poco la secuencia del Romanticismo, todo resulta muy sorprendente. El Romanticismo comienza en los años 20, y Hugo muere en 1885, cubriendo su obra prácticamente todo el siglo. El Surrealismo resulta aún más extraordinario, ya que no solo ha comenzado por la misma época, es decir 1920-1924, un siglo más tarde, sino que se ha prolongado todo el siglo XX. Y continúa aún”.
En este punto, Lassalle se refiere a los grupos que perduran por el mundo (aunque –dirá luego– el de París le parezca periclitado con la muerte de André Breton): “Hay un grupo en los Estados Unidos, y otros un poco por todas partes”. Y es que la decisión schusteriana de que ya no había grupo surrealista “no ha impedido la continuación del Surrealismo”.
Lassalle entra en contacto con el grupo surrealista al dirigirle varias cartas a Breton, “hombre cortés”, que siempre le respondía. Estamos en 1959, y, como señala Lassalle, el fundador del surrealismo había perdido a tres piezas claves: Paalen, Péret y Duprey. “La actividad era la preparación de la exposición EROS en la galería Cordier, sobre el tema del erotismo, algo bastante audaz para la época, ya que existía la censura. Jean-Jacques Pauvert había sido llevado casi a la ruina, porque había publicado los libros de Sade, etc. Un ambiente sumamente represivo, y yo me he encontrado en ese ambiente”. Lassalle evoca la ceremonia sadiana de Jean Benoît, en casa de Joyce Mansour y luego la propia exposición, con la idea que tuvo Meret Oppenheim del festín sobre la dama desnuda. Lassalle regresa, por motivos de salud, a su ciudad natal (Toulouse), pero sigue viendo a Breton y al grupo en sus visitas a París, y mantiene la relación con aquel hasta su muerte en 1966, incluso con encuentros veraniegos en Saint-Cirq-la-Popie.
Uno de los pasajes más importantes de esta entrevista lo tenemos en la reivindicación que Lassalle hace del surrealismo posterior a la guerra, con la que coincidimos plenamente. El período de posguerra lo considera “esencial”, pero la actividad surrealista “ha sido ocultada por diversos fenómenos”, léase el existencialismo y el estalinismo. “Era un ambiente terrible. El Surrealismo se ha encontrado con serias dificultades, pero eso no quiere decir que no haya hecho nada. Ha hecho cosas muy importantes, y, a mi juicio, las revistas de ese período, como Médium, Le Surréalisme, même, La Brèche y L’Archibras, última revista, han aportado cosas importantes. También estaban las exposiciones. El problema radicaba en que los surrealistas molestaban a la crítica. Molestaban a los existencialistas, a los comunistas, porque Breton se decía trotskista, aunque de manera romántica, se puede decir. Había mucho que decir sobre Trotsky, pero como había sido asesinado, tenía un poco la aureola de mártir. El Partido Comunista, que era muy poderoso, ha marginado al Surrealismo y lo ha reducido al ostracismo. Para mí, e insisto en decirlo, convencido de que esto acabará por entrar en la cabeza de las gentes, el Surrealismo de posguerra era muy importante, y en absoluto una especie de supervivencia penosa. En absoluto. Yo me sitúo por completo en su interior”. Palabras contundentes y admirables, que debieran zanjar tanta palabrería barata y tantas repeticiones de loros como se han vertido y se siguen vertiendo sobre esta cuestión.
De André Breton ha guardado “una imagen muy positiva, muy solar”, la de “un personaje resplandeciente que me ha aportado muchas cosas”. Pero Jean-Pierre Lassalle no deja de apuntar, creo que acertadamente, los descarríos políticos del grupo, por ejemplo a propósito del manifiesto sobre Argelia y del castrismo. Cuando los surrealistas se apuntan a firmar el llamado “Manifiesto de los 121”, le escribe una carta a Breton para decirle que no estaba de acuerdo con todo el manifiesto, ya que le era imposible sentir simpatía hacia los musulmanes del FLN, que “no han cometido sino horrores”: “Lo que me molestaba era ver a los surrealistas, no a Breton en especial, sino a Jean Schuster, y a todo un equipo, firmar ese manifiesto. Todo el tiempo aparecían mezclados con los existencialistas de Les Temps Moderns, con Péju, y a menudo con Marguerite Duras, y eso no me agradaba, porque ese no era mi medio”. Más adelante, Lassalle dejará claro que la inscripción política del grupo no le interesaba lo más mínimo: “Me parece simpático decirse trotskista, pero eso no va muy lejos, a mi entender. En cambio, lo que me ha interesado siempre en el Surrealismo es el contacto y la apetencia por las ciencias ocultas. En ese sentido, podría decir que me sitúo en la corriente del surrealismo esotérico. Es el aspecto esotérico lo que me interesa del Surrealismo”. O sea, lo contrario, por ejemplo, de haberse metido en el callejón castrista: “En un número de L’Observateur, al principio del castrismo, o sea cuando todo el mundo estaba a su favor, salieron informaciones sobre gente que había sido detenida en condiciones arbitrarias y sobre dignatarios de la francmasonería cubana que habían sido encarcelados sin juicio alguno. Los surrealistas se han precipitado todos en el castrismo, diciendo que Fidel Castro era extraordinario. Esa no es mi tendencia. Me lo han reprochado a menudo, pero yo soy partidario del surrealismo esotérico. Y me siento muy próximo en ello de André Breton. Él en esto se contradecía a sí mismo, pues era él quien había llevado el Surrealismo hacia el territorio político”. Señalemos, como hemos hecho ya en alguna ocasión, la posición tan lúcida que en torno a la cuestión cubana tuvo Nicole Espagnol, y lo bien que la expone Alain Joubert en Le mouvement des surréalistes ou la fin mot de l’histoire. Añadamos también que Jean-Pierre Lassalle apunta a la “corriente Artaud”, hecho decisivo, ya que también he expuesto en otro lugar que la ruptura del grupo surrealista con Artaud me parece la única verdaderamente capital en la historia del movimiento.
Hablando de Breton como poeta, Lassalle lo considera “un gran poeta”, que ha escrito “muy bellos poemas”, pero que carecía de la “facilidad” de Péret, quien “escribía como respiraba, como hablaba”. Oponiéndose a Yves Bonnefoy, para quien Breton es un “poeta menor”, Lassalle se niega a reducir la poesía a la escritura de los poemas: “Es toda una actitud, todo un conjunto de textos en torno a la poesía, y desde este punto de vista no estoy de acuerdo en que se minimice la poesía de Breton”. Es grato ver a Jean-Pierre Lassalle reprobar en Bonnefoy, además, el rechazo del movimiento que lo ha llevado a la poesía, ya que “Bonnefoy era ultra-surrealista en 1948”. “O bien se mantiene uno constantemente al margen, como es el caso de Michaux, o bien se participa en un movimiento y se evita luego renegar de él. Hay que ser coherente”.
Pero las tonterías de un Bonnefoy, a fin de cuentas, son insignificantes al lado de los estragos causados por Jean-Paul Sartre, quien “nunca ha comprendido la poesía”. “Ha querido escribir sobre la poesía y no ha dicho sino estupideces, como las de su libro sobre Baudelaire, que no vale nada”. El existencialismo “fue hermético a la poesía”, aunque entre quienes se consideraban existencialistas se dé la excepción de Boris Vian, “muy cercano al surrealismo por su creatividad, su sentido de las imágenes”. La misma paradoja señala en los miembros del Colegio de Patafísica, mucho más cercanos al surrealismo que al existencialismo.
Estos apuntes son sin duda muy jugosos, como otros sobre Dalí (de quien destaca, no su pintura, sino algunos textos críticos “fabulosos”), Freud (“un hombre genial, pero a la vez un espíritu positivista, pequeño burgués”), Elisa Breton (evocada con su loro sobre la espalda y los chales que arrastraba por el suelo, y de quien señala que era “una artista notable”), Péret (y su deseo de bautizar a su hijo como “Desertor”: “Ahí estamos en la subversión total. El empleado de las escrituras del consulado de Francia en Brasil rehusó y Péret decidió llamarlo Geyser, lo que fue aceptado, sin la menor verificación. Aquí estamos a la vez en la poesía y en la subversión”), Alain Jouffroy (“que ha escrito muy bellos poemas”), Elie-Charles Flamand (“un excelente poeta”), Noël Arnaud (que lo ha influido mucho y al que también considera poeta de gran valía)... No concordamos, en cambio, con la valoración en conjunto negativa que hace de Alexandrian, en nada acorde con la imagen que guardo yo de él, tras haberlo tratado en sus últimos años, por no hablar de las lecturas exhaustivas que he hecho de sus escritos; cuando Lassalle dice del contenido de Supérieur Inconnu que “se parecía mucho al de las precedentes revistas surrealistas”, choca también con los que, como Edouard Jaguer o yo mismo, lamentábamos precisamente su apertura a colaboraciones a veces dudosas, y en cuanto al choque con Jouffroy, ya en estas mismas páginas traducimos una carta soberbia suya, para confrontarla al miserable testimonio póstumo de Jouffroy.
Jean-Pierre Lassalle sale verdaderamente airoso de las preguntas que lo llevan a hablar de los Lacanes, los Derridas y los Deleuzes, y sus palabras también merecen ser resaltadas y traducidas. Con respecto a la tesis lacaniana de que la poesía está por completo del lado del significante, dice: “Breton ha tenido en cuenta el significante, evidentemente, en tanto que ha hecho, sobre todo al principio, todo un conjunto de juegos sobre las sonoridades. Y también ha tenido en cuenta la forma. Pero si hay alguien que tiene en cuenta el significado y toda la red de significaciones que se organiza alrededor de las connotaciones, ese es Breton. Se ha mantenido siempre al margen, casi con hostilidad, de las experiencias estrictamente formales, como por ejemplo las del Oulipo, o de todos esos juegos del Colegio de Patafísica. Noël Arnaud, al contrario, era un lúdico, a diferencia de Breton. O sea, el significante, sí, pero falta el significado. La poesía es el sistema significante/significado y toda la red de las connotaciones. Cómo llegar a construir un poema con todo lo que nos viene del inconsciente y que constituye una red connotativa, he ahí la cuestión”. En cuanto a Derrida y Deleuze, “no son mis pensadores”, y con ellos “se está lejos de la poesía, e incluso de la filosofía. La deconstrucción, en el plano filosófico, ya es bastante discutible, pero además no conduce a nada en el plano poético. Quien de las nuevas generaciones se interese por el Surrealismo, debe acudir a los textos fundamentales del Surrealismo y ver la evolución, las correcciones que han hecho evolucionar ese pensamiento, el de Breton en particular. Las Entretiens de 1952 son muy importantes, pues corrigen muchas cosas. Hay que leer no solo a Breton, sino también a Aragon, a Artaud y a muchos otros. Al desvío por Derrida, en cambio, no le veo, sinceramente, ventaja alguna. Yo tengo la impresión de empobrecerme leyendo a Derrida”. Así de claro ha respondido Jean-Pierre Lassalle a la idea de que Derrida habría hecho la labor de “crítica de la crítica del Surrealismo” que las nuevas generaciones supuestamente precisarían. Por el contrario, celebra las ideas sobre la metáfora de Paul Ricoeur: “Siento una inmensa admiración por Paul Ricoeur. Su libro sobre la metáfora es un libro fundamental. Toda poesía es metafórica o no es, como diría Lautréamont. Breton es un hombre de la metáfora. Él lo ha dicho y vuelto a decir en su obra. Los poetas surrealistas son poetas de la metáfora y de toda suerte de tropos”.
Lautréamont ha sido, precisamente, una de las grandes preocupaciones de Lassalle, habiendo viajado para sus pesquisas incluso a Montevideo. Es él quien hizo el curioso hallazgo de que el mítico rinoceronte del canto sexto fue inspirado por uno exhibido por aquellos años al final de la Rue de Castiglione.
Al final de la entrevista, Jean-Pierre Lassalle habla de su interés por Alfred de Vigny, sobre quien ha publicado en Fayard una monografía impecable. Vigny, como es bien sabido, no ha gozado de gran predicamento entre los surrealistas, aunque se dé la excepción de Stello y de “La casa del pastor”. Lassalle señala aspectos a su juicio valiosos, que resultan convincentes, y observa cómo Ducasse no lo criticó en sus Poesías, haciéndolo escapar, como a Nerval, de sus demoledoras fustigaciones.
Tras la entrevista, hay un apartado bibliográfico, aunque solo de publicaciones en libro, y una miniantología de cinco poemas. Entre los libros, quedamos intrigados con el título Ubu et quelques mots jarryques, publicado en 1978.