miércoles, 31 de octubre de 2012

Max Schoendorff


Hace diez días murió Max Schoendorff, un gran artista que, sin haber formado parte de los grupos surrealistas, estaba próximo a su órbita, por no decir que, dada su pertenencia al movimiento Phases, formaba parte suya, en un sentido lo suficientemente amplio como para no suponer una pérdida de rigor. De él, además, se ocuparon críticamente nombres como Jose Pierre, Jean-Clarence Lambert y, claro está, Edouard Jaguer. Jose Pierre le dedicó en 1986, la monografía Schoendorff, ses pompes et ses oeuvres, y de Jean-Clarence Lambert puede el lector español acceder a un brillante texto incluido en el tomo 2 de El reino imaginal, que comienza así:
“Un juego incoativo de formas embrionarias, anfibias, se despliega a través de toda la obra de Schoendorff. Formas de génesis, son asimismo génesis de las formas. Nos atraen hacia lo infrasimbólico, aquel nivel profundo, cada vez más profundo, de la sensibilidad artística. De alguna manera nos interrogan sobre el interés que sentimos, más allá de la seducción por su refinamiento pictórico y el virtuosismo que las sitúan en una cierta continuidad artística. Sentimos de golpe, puesto que aquí se permite e incluso se recomienda ser sensible, que se nos despierta un eco profundo. Y referiremos estas imágenes, «irreparables», al mundo natural, a la naturaleza, sus reinos y sus elementos. Nada más normal «cuando se devuelve a la imaginación su papel vital, que es el de valorar los cambios materiales del hombre y de las cosas», como dice Bachelard. Pero, ¿qué naturaleza? Ciertamente, no la de Corot o Courbet; ni siquiera la de los impresionistas. Schoendorff no es un paisajista (el paisajista es siempre, más o menos, un discípulo de Jean-Jacques); ha «cerrado su ojo físico», fiel al precepto de Caspar David Friedrich, que añadía: «después haz salir al día lo que has visto de noche»”.
Tras citar a Bataille (que ha jugado un “papel determinante” en su formación), a Masson (que estaría también en su “genealogía”), a Bellmer (por su profundización en la “imaginación corporal”) y el “gran onirismo de Oelze que lleva a Schultze y a Ursula”, Lambert vuelve a situar a Schoendorff en el romanticismo alemán: Friedrich, pero también Runge, Carus, Novalis, Hölderlin. Podría haber nombrado igualmente al suizo Fuseli, de quien ha partido Schoendorff para dos extraordinarias pinturas: “Contemplación de Brunilda” y “La ausencia de Fingal” (1981), que vemos aquí, con esa criatura central, luminosa pero también cortada por un hilo vertical del que salen algunas gotas sangrientas, en torno a ella la muy schoendorfiana “genética de lo mineral”:


Schoendorff es también autor de un “Antirretrato de Ligeia” (1994), que citamos aquí ya que hoy mismo hemos hablado, a propósito de los collages de Aube Elléouët, de las referencias en el surrealismo a Edgar Allan Poe. Estas pinturas (como las tituladas “Espejo de Erzsebet” y “Espejo de Clairwill”, que también destaco aquí por sus asociaciones surrealistas, y que forma parte de una serie de diez “espejos” del crimen y del dolor) están reproducidas en la magnífica monografía dedicada al artista en 2008 por Louis Seguin, y que va seguida de un texto de Claude Ritschard sobre los insólitos “autorretratos de espalda”, nueve en total, pintados en 1998.
Digamos por último, en este brevísimo recuerdo de un artista excepcional, que Schoendorff participó en la importante encuesta sobre arte y alquimia realizada por Arturo Schwarz en 1986 (Arte e alchimia), siendo una pena que mi escaso conocimiento del italiano me impida haber traducido su respuesta, en que habla de su "antiguo interés" por la alquimia y que concluye con referencias a Cyrano de Bergerac, Grabbe, Novalis, Nerval, Rimbaud, Brisset, Duchamp, Leiris y Bataille, toda una bella "genealogía", por volver a usar la expresión de Lambert. También es útil leer la presentación hecha en el n. 16 de Pleine Marge por Jean-Jacques Lerrant, quien, tras estudiar lo que llama su "cultura del laberinto", lo liga a la "familia poética" y a la "exigencia moral" del surrealismo por "una aguda conciencia del tiempo presente" y "el combate contra las imposturas, y para que las utopías se realicen". Y concluye: "Schoendorff ha pintado doscientos cuadros en treinta años. Para cambiar la vida".