lunes, 9 de julio de 2012

Sobre la náusea social

Jindrich Heisler, Objeto, 1943
Nuestro exabrupto de hace siete días, motivado por la crispación ante la apoteosis reciente de ese fenómeno de corte fascista, el deporte, profundamente enquistado en las degradadas sociedades democráticas (y que ya, desde 1924, en la “Introducción al discurso sobre lo poco de realidad”, André Breton incluía en su siniestro inventario de la herencia romana*), no debe dejar lugar a equívocos.
Abominamos especialmente del país en cuestión (y de su tal provincia isleña) por sufrirlo en particular, y es un hecho que los fenómenos aberrantes que se producen en él no dejan de observarse en cualquier otra sociedad de las que componen el globo occidentalizado (término más correcto que “mundializado”), como lo es que las naciones europeas y tantas otras compiten en horrores que jalonan sus tristes “historias”. En segundo lugar, desesperar de la raza humana no nos produce ningún sentimiento de derrotismo o de claudicación.
Uno de nuestros amigos nos decía al respecto, con palabras que suscribimos plenamente: “Se trata, para las minorías surrealistas y otras (sin poder alguno) que han tenido siempre la audacia de decir NO y de crear maravillas, aunque solo sean soñadas, e incluso si hemos de constatar que el surrealismo no ha logrado, tras casi un siglo de actividades, cambiar la vida o el mundo de las sociedades, de continuar la lucha por medio de la poesía. Nos resta continuar y hacer vivir la poesía”.
Es eso mismo. Y dejando constancia siempre de nuestro rechazo absoluto de “lo que hay”. Con su “poco” o su “mucho” de realidad.

* “La civilización latina ha cumplido su tiempo, y por mi parte pido que se renuncie en bloque a salvarla. Aparece en este momento como el último baluarte de la mala fe, de la vejez y de la cobardía. El compromiso, el engaño, las promesas de tranquilidad, los espejos vacantes, el egoísmo, las dictaduras militares, la reaparición de los Increíbles, la defensa de las congregaciones, la jornada de ocho horas, los entierros peores que en tiempos de peste, el deporte: solo nos falta, creo, correr el telón”. Y añade en seguida, lo que también tiene que ver con lo que decimos: “Si parezco algo preocupado en cuanto a mi propia determinación, no es para soportar con fatalismo las burdas consecuencias del azar que me hizo nacer aquí o allá. Otros pueden apegarse a su familia, a su país y a la misma tierra, por mi parte ignoro ese tipo de emulación”.
Con los “espejos vacantes” alude Breton a la literatura narcisista de la época, que hoy es muchísimo peor (no hay sino que pensar en esos tan abundantes como profusos “diarios” de los escritores); la “reaparición de los Increíbles” es una referencia al Termidor antirrevolucionario; sobre las congregaciones, había en el contexto francés de la época una defensa de las órdenes religiosas, que siempre han tenido, por cierto, algo de deportivo. Y rematemos señalando que aquel año se desarrollaron en París y alrededores los juegos olímpicos, lo que no dejaría de crispar a Breton y sus amigos –aunque no tanto como a nosotros la reciente plaga patriótico-balompédica, multiplicada hasta el infinito por el poderío de los cacharros tecnológicos que conforman “nuestro” mundo.