lunes, 21 de mayo de 2012

Lo mítico y lo imaginario

Este reciente diccionario ofrece bastante interés, a pesar de lo descompensado de muchas de las materias y de presencias que no serían absurdas si la obra, en vez de sumar 1.300 apretadas páginas, tuviera 13.000. Pero dejando esto de lado, y el exceso de mundo clásico y de cultura gala, ciñámonos a lo que más puede atraer a quienes navegan en el largo y ancho buque surrealista.
Para empezar, hay un espléndido artículo de Jean-Michel Dévesa sobre el País Natal en Aimé Césaire. Las entradas específicas sobre el surrealismo son las que hace Jean-Dominique Poli al mapa del “Mundo en la época de los surrealistas” y al “Teide de André Breton”. Breton está también presente en el artículo sobre Lusignan. De Michaux se abordan el Infierno y la Gran Garabagne.
Excelente es el trabajo de Geneviève Goubier-Robert sobre Silling y los distintos castillos de Sade, incluido el de nuestro entrañable amigo el Ogro Minski. El artículo sobre la Shangri-la de los Horizontes perdidos de James Hilton y Frank Capra hubiera quedado mejor si no se hubiera olvidado, al hablar de su influjo, a Stanislas Rodanski, cuya vida cambió la versión fílmica.
Más lugares tratados: el África de Raymond Roussel, el Amazonas de la Pentesilea de Kleist, “El Otro Lado” de Kubin, el Reino de Butua de Aline y Valcour, los Cárpatos de Julio Verne y Bram Stoker, la Megapatagonia del insólito libro de Rétif de la Bretonne El descubrimiento austral por un hombre volador, el Oriente de Gustave Moureau, el Promontorio del Sueño de Víctor Hugo, el Reino Subterráneo de Jan Potocki. Hay también, por supuesto, muchos artículos dedicados a la Materia de Bretaña.
Este libro, aunque su objetivo sea fronterizo, no iguala a la Guía de lugares imaginarios (1980), de Alberto Manguel y Gianni Guadalupi, un libro que infelizmente, en su edición grande de Alianza Editorial, se ha vuelto muy difícil de conseguir a un precio razonable. Para empezar, la Guía tenía unos útiles planos, y al final un índice no menos útil. No faltaba allí el Locus Solus (ni el imperio de Ponukele-Drelchkaff de las Impresiones de África). Tampoco, el Monte Análogo de René Daumal:


Jarry aparecía en la Guía gloriosamente representado, con los lugares que visita el Dr. Faustroll. Y recordemos la Agartha de Saint-Yves de Alveydre, El Ombligo de los Limbos de Antonin Artaud, la Harmonía de Fourier, los espacios de El mar de las Sirtes de Julien Gracq, la prevertiana isla de Comoantes o la Ciudad Fluorescente de los Grains et issues de Tristan Tzara, con sus “maniquíes-testigos”. Pero en fin, aparte estos espacios muy del surrealismo, hay muchísimos otros, sobre todo del Medievo y del Romanticismo, que no pueden dejarnos indiferentes. Un libro a revisitar siempre.