lunes, 6 de febrero de 2012

Georges Sebbag: "Surrealismo y filosofía"


Georges Sebbag vuelve a ofrecernos una publicación mayor sobre el surrealismo, después de su tetralogía sobre Vaché y Breton (Entre deux jours, 1988-1989), Le point sublime (1997) y Memorabilia. Dada & Surréalisme 1916-1970 (2010). Se trata de un sólido y potente trabajo de casi 700 páginas sobre el surrealismo y la filosofía esencialmente durante la época de entreguerras, con la finura y la agudeza a que Sebbag nos tiene habituados, fijándose en detalles que a cualquier otro se le escapan y planteando infinidad de cuestiones, aparte la central. Se engaña quien espere una obra sesudamente filosófica, ya que, por mucho que las referencias filosóficas del naciente surrealismo nos sean a veces remotas y hasta ininteligibles, Sebbag viaja constantemente a los territorios de la poesía, del arte, del automatismo surrealista, del azar objetivo, de la política... En este sentido, es preciso insistir en que estamos ante una obra de suma importancia sobre el surrealismo, y no solo sobre “el surrealismo y la filosofía”. Y eso se advertirá en la reseña, de carácter más bien descriptiva, que vamos a hacer.
La primera intención de Potence avec paratonerre (o sea, “Horca con pararrayos”, aforismo de Lichtenberg que ilustró Paalen) es demostrar que “el dúo Aragon-Breton y los francotiradores Artaud y Crevel han elaborado un proyecto filosófico a lo largo de los años 20”, pero dicho proyecto es proseguido realmente hasta la desaparición del fundador del surrealismo, en 1966, o sea incluso más allá del citado período de entreguerras.
El trabajo se estructura en tres partes: “Índice de los filósofos”, “Corpus filosófico” y “Conceptos filosóficos”, siempre divididas en pequeños capítulos, lo que impide caer nunca en lo farragoso. El humor y el juego han tenido desde el principio en el surrealismo cartas de nobleza, por lo que no sorprende que el “Índice de los filósofos” comience indagando la valoración que de los pensadores hacen los primeros surrealistas en el juego de la calificación escolar, aparecido en Littérature. Tras tratar “la cuestión del lenguaje” y la de “la preocupación moral”, Sebbag señala como la matriz del programa filosófico emprendido por los surrealistas en 1922 dos obras: Les déracinés de Maurice Barrès y, por descontado, las Poesías de Isidore Ducasse, el “pensador de la afirmación”, sobre quien el libro volverá constantemente, o no hubiera sido el bloque Ducasse/Lautréamont una estrella fija de la aventura surrealista (Sebbag lo dirá sucintamente más adelante: “El poeta Lautréamont y el filósofo Ducasse no son sino uno solo”).
El índice continúa indagando en la constelación de “Erutarettil” (de la que hablábamos hace unos días al reseñar el libro Grandville), en las listas de lo que hay que leer y no hay que leer (entendida por algunos tontos como normativismo dogmático, cuando no es sino un juego de afirmaciones y negaciones electivas, a la luz del surrealismo) y en la encuesta del “Ouvrez-vous?” (de la que también hemos hablado recientemente, a propósito de Carolina de Günderode y de Thomas de Quincey). De las citadas listas se abordan también las enmiendas de 1951 y 1963, las últimas con el ascenso claro de Nietzsche y de Fourier (mucho más relevante para el surrealismo, claro está, que aquel), en estas páginas Sebbag recordando cómo el pensamiento esotérico (y en particular la alquimia) está presente desde los orígenes del surrealismo, algo que muchos habían olvidado, o decidieron con mala fe ignorar, a fines de los años 40. En cuanto al juego del “Ouvrez-vous?”, que estudia de manera fascinante, con observaciones esenciales que no se han hecho antes, Sebbag coincide exactamente con nuestro apunte de hace unas semanas, al señalar la libre expresión de los surrealistas, y es que, en efecto, “la unanimidad está lejos de ser la regla en la asociación collagista surrealista”.
El “corpus filosófico” vuelve a evidenciar el poco aprecio que tenemos del joven Aragon (no digamos del otro), a excepción de algunos momentos virulentos, Aniceto o el panorama, novela y, sobre todo, El campesino de París. Así, en las páginas dedicadas a este “nominalista absoluto”, el interés crece cuando irrumpen esos dos libros. Tras detenerse en la tan interesante como muy poco conocida encuesta sobre 215 nociones (“el programa filosófico surrealista está aquí esbozado”), Sebbag vuelve a aumentar la temperatura al detenerse en André Breton y adelantar páginas posteriores cuando se ocupa del automatismo surrealista, este muy pronto enriquecido, de manera inevitable, por la noción de azar. En terreno más específicamente filosófico, es la vez de estudiar las relaciones del surrealismo con los grupos de las revistas Philosophies (lo que permite una nota sobre la maravillosa Claude Cahun), Clarté y L’Esprit. Aquí amanece la cuestión política, con el acercamiento a un conocido partido totalitario, pero que no supuso para el grupo un enfeudamiento, por mucho que hubiera sido más certero evitar aquel escollo. Ni el sistema comunista ni ningún otro lograron anular al surrealismo, del mismo modo que su “materialismo” no fue dogmático, dejando siempre espacio para otras sensibilidades filosóficas. Volveremos sobre esto.
En la página 289 se reproduce el frontispicio de la Introducción al discurso sobre lo poco de realidad (1927), que considera Sebbag el “texto metafísico más importante de André Breton”, e incluso “su testamento filosófico”. El estudio de este texto es magnífico y muy completo, y de hecho ya Sebbag lo había esbozado en L’imprononçable jour de ma naissance 17ndré 13reton, perteneciente a la citada tetralogía Vaché-Breton.
Hemos entrado ya en una de las cuestiones centrales del libro: la del tiempo y la memoria, sin que al ensayista se le escape la importancia de la teoría “iconoclasta” del tiempo emitida por Robert Desnos en un extraordinario texto aparecido en el número último de Littérature. Pero recordemos el inicio de la Introducción: “«Sin hilo», esa es una expresión demasiado reciente dentro de nuestro vocabulario, una expresión cuya fortuna ha sido demasiado repentina para que no pasase en ella mucho del sueño de nuestra época, para que no me entregase una de las muy pocas determinaciones específicamente nuevas de nuestro espíritu. Leves señales de esta índole me dan a veces la ilusión de intentar la gran aventura, de parecerme en algo a un buscador de oro: busco el oro del tiempo”. Lo que glosa Sebbag así: “Si el nuevo modelo del «sin hilo» tiene por objeto el tiempo, entonces la representación del tiempo cambia. El tiempo cambia de paradigma. El tiempo lineal y monótono de la ciencia clásica, la flecha ascendente de las Luces, el devenir dialéctico y escatológico de Hegel o de Marx, todas esas imágenes lineales de un tiempo cuantificado, continuo u orientado no resisten a la aparición de una antena de gran superficie, para retomar la imagen del «sin hilo» utilizada por Breton. El hilo del tiempo cede el lugar al tiempo sin hilo”.
Pero Sebbag, repito, salpica su pesquisa filosófica de estupendas calas literarias y plásticas. Así, en este punto, se acerca a la pieza teatral de Breton y Aragon El tesoro de los jesuitas (1928), porque se trata de “una pequeña maravilla temporal, una verdadera máquina de montar, desmontar y remontar el tiempo”, lectura esencial de esa deliciosa obra en que intervenía la divina Musidora con su anagrama Mad Souri. Y algunas páginas después, al centrarse en la metafísica, entra en acción Giorgio de Chirico, quien obliga a hablar de Nietzsche, en este punto enlazando nuestro ensayista con el artículo que sobre la mole antolleniana publicó en 2000 en L’Architecture d’aujourd’hui. El estudio de L’esprit contre la raison (1929) de René Crevel cierra esta segunda parte.
La tercera parte de Horca con pararrayos, dedicada a los “Conceptos surrealistas”, se abre con la cuestión de la revolución, y en particular de la “revolución integral” de Antonin Artaud, cuya grandeza de miras, y sin quitarle un ápice a la revolución surrealista (que siguió defendiendo), no puede ser cuestionada, pareciéndonos por completo certeras las razones de su rechazo de la “revolución” en el sentido partidario comunista.
[A título personal, diré que yo, bretoniano absoluto, en esta encrucijada Breton-Artaud, he dirigido siempre mis simpatías hacia el segundo. Para Artaud, el marxismo, “optimismo de abdicación”, no pasaba de ser “el último fruto podrido de la civilización occidental”. Actualmente, hay surrealistas que continúan considerando el marxismo como una herramienta útil y hasta necesaria para la crítica del mundo, cuando seguir insistiendo en el marxismo no es, a mi juicio, sino una rémora más a toda verdadera liberación social. En un texto de 1990, incluido en el volumen de Svankmajer que recientemente reseñamos, el cineasta checo, tras señalar, en cuanto a la vigencia de Marx, elementos críticos que no son en absoluto exclusivos suyos, opinaba que no pretendía librarlo “de su responsabilidad por la sangrienta interpretación leninista-estalinista de sus nobles ideas”, pero nosotros le daríamos a leer a Svankmajer el siguiente párrafo: “Detesto el comunismo porque es la negación de la libertad y porque no concibo a la humanidad sin libertad. No soy comunista, porque el comunismo concentra todo en el Estado, cuya abolición yo propugno, así como el cese de toda autoridad, incluida la suya, pues esclaviza, persigue y corrompe a los individuos con el pretexto de moralizarlos y civilizarlos. Deseo que la sociedad y la propiedad, colectiva o social, estén organizadas desde abajo hacia arriba por medio de la libre asociación y no desde arriba hacia abajo por medio de la autoridad, sea de la clase que sea”. ¿Fecha? 1868, o sea pero que bastante antes de la tal “interpretación” de tan “nobles ideas” –y autor, Bakunin.]
Escribe Sebbag: “El concepto de «idealismo integral» reivindicado por Artaud no es ajeno al «primitivismo integral» y al modelo interior, dos nociones a las cuales Breton ha recurrido al comienzo de Le surréalisme et la peinture para aprehender la obra de arte”. Y una vez más hemos de recordar las páginas en que Mário Cesariny hace la conjunción de estos dos poetas y pensadores que tanto amaba, al comienzo de sus Textos de afirmação e de combate do movimento surrealista mundial.
Tras seguirle Sebbag la pista a los extraordinarios textos mejicanos de Artaud, se ocupa de Charles Fourier, este sí que una referencia prácticamente unánime del surrealismo desde 1945 hasta hoy mismo (por cierto que André Thirion, en Le grand ordinaire, anuncia el redescubrimiento que por esa fecha hará Breton de Fourier.) Unos pocos años antes, Breton hubiera incluido a Fourier en el Juego de Marsella, pero a Sebbag, que nos da unas lúcidas notas sobre este juego, no se le escapa señalar cómo, en el terreno de la revolución, Sade y Pancho Villa han suplantado a Robespierre y a Marx.
La cuestión política continúa en unas magníficas páginas sobre la guerra de España. No estaría mal releer La revolución traicionada de Miguel Amorós a la vez que se sigue la trayectoria peretiana en ese país: entusiasmo en los inicios de agosto del 36, desencanto ya un mes después –estancamiento de la efímera revolución–, denuncia de las siniestras acciones de los estalinistas a fines de octubre, incorporación a una milicia anarquista en marzo del 37, retorno a París a fines de abril... Sebbag intenta comprender el posterior repliegue de Péret y de Breton en el trotskismo, tal vez por haber considerado en exceso el clan trotskista como “el campo de los condenados y de los perseguidos”, cuando en ellos “vibraba desde hacía tanto tiempo la fibra anarquista”.
Dejando el laberinto político, sigue un gran capítulo, adaptación del ensayo de Sebbag contenido en SurrealismoSiglo21: “El tiempo futurista, dada y surrealista”. Aquí Sebbag le tuerce el cuello a varias ideas falsas sobre el dadaísmo. Entramos en la parte más polémica del libro, leyendo poco después: “No seguiremos la vulgata según la cual vanguardia y modernidad son lo mismo y para la cual el expresionismo, el cubismo, el futurismo, el dadaísmo, el surrealismo, el neoplasticismo, el constructivismo, en fin todos los ismos, ocupan el mismo saco de las vanguardias históricas. Nosotros adelantaremos, por nuestra parte, que los futuristas italianos y rusos son absolutamente modernos y de vanguardia, que los dadas, exceptuados quizás los de Berlín, no son ni modernos ni de vanguardia, y que los surrealistas, en fin, participan de la modernidad sin constituir por ello una vanguardia”. Los surrealistas son “modernos abonados al tiempo sin hilo”: “Los surrealistas, asociados al azar y al automatismo, no se limitan al futuro inmediato, se abonan al tiempo sin hilo que les da indiferentemente acceso al futuro como al pasado, al pasado como al presente. Un tiempo sin hilo que no contiene ni una historia total ni un caos de informaciones, sino acontecimientos sobresalientes o duraciones chispeantes que los surrealistas, conducidos por el deseo e instruidos por el azar, podrían un día u otro detectar o encontrar”. Si más adelante Sebbag afirmará que “el automatismo y el collagismo son los dos principales resortes del pensamiento surrealista”, ahora describe al propio surrealismo como un “collagismo” (“una asociación collagista en busca de duraciones automáticas al capricho del tiempo sin hilo”), lo que le hace volver a la famosa carta-collage de Vaché a Breton y buscar ejemplos de collagismo formal de finalidad colectiva en las revistas y exposiciones surrealistas. Estamos en la parte más densa y apasionante del libro, cuando Sebbag explora los “collages temporales” y diferentes casos de azar objetivo en Breton, comenzando por el primero, que originó el breve texto fundacional “El espíritu nuevo” (1922). Sebbag enumera los principales rasgos del tiempo sin hilo surrealista, entre los que destacaré el noveno: “Para los surrealistas, Lautréamont, Heráclito o Sade no son precursores, sino casi-contemporáneos a quienes se apresurarían a abrirles si esos nobles visitantes vinieran a tocar a su puerta”. También tocan ahora a la puerta Duchamp y Cravan, cuyas intervenciones sobre el tiempo no pueden olvidarse.
Muy polémicas son las puntualizaciones que Sebbag hace al hegelianismo bretoniano. Si ya había dejado claro que Breton, en el Segundo manifiesto, se adhería al materialismo histórico sin cambiar el surrealismo por el marxismo, ahora rechaza que Hegel sea el filósofo de referencia en dicho manifiesto. Y es que “la resolución surrealista de las antinomias no es hegeliana, sino ducassiana”. Sebbag habla de “ilusión retrospectiva” a propósito de la declaración hegeliana de las entrevistas radiofónicas del 52, en que se han apoyado los defensores de su hegelianismo, situándola, tras elaborar una cronología que va de 1929 a 1952, en el contexto del affaire Carrouges. Y sus argumentos nos resultan plenamente convincentes. También rebate, y aquí irrefutablemente, el hegelianismo que Marguerite Bonnet y Étienne-Alain Hubert advirtieron en La inmaculada concepción, “obra que es una combinación de las Poesías de Ducasse y de Los campos magnéticos, y que no inaugura en absoluto una antropología o una poética de tipo hegeliano”. André Breton, por último, arguye Sebbag, no cita nunca la Estética de Hegel en los numerosos textos que componen Le surréalisme et la peinture y que van de 1925 a 1965, abundando en cambio las referencias a otros pensadores.
La parte final se consagra al azar. Breton le confiesa a Nelly Kaplan en 1957: “Mi único rasgo de genio es el azar objetivo”. Para Georges Sebbag, “el humor y el azar son automatismos de alta precisión”, sobre lo que no cabe duda. El humor surrealista es el mismo exactamente de la horca con pararrayos de Lichtenberg, ilustrada por Paalen y que Sebbag ve como la bandera del humor negro. Con esa imagen iniciamos y concluimos esta reseña de un libro que ha conseguido ser un verdadero trueno en la mejor bibliografía del surrealismo.

Ilustración: “La conquista del filósofo”, de Giorgio de Chirico, 1914.